viernes, 26 de diciembre de 2014

Estoy aprendiendo a valorar sus silencios.

La entiendo porque no es fácil de entender.
Toda ella es una sinestesia.

Me gusta porque tiene recursos
para todos los públicos,
porque sabe hacer las pieles de quita y pon
y robarte la tuya durante un rato
si se le antoja.
Toda ella es una paradoja.

La quiero porque es compleja
como ella sola
y como solo yo.
Porque sabe decirme que mire la luna
y al hacerlo
enamorar a mi alma de sus estrellas.
Y que bonita estaba la luna.

Aunque para bonita,
lo adivináis,
también ella.
Voy a dejar que pasen los años,
a su vera,
y a ver a dónde me lleva.
Porque años es una palabra que suena a viejo,
a hecho polvo;
pero en su boca suena a silencio,
el sonido más caótico que existe.

Y que bonita estaba la luna.
Y como me acomodo en el silencio
cuando lo imponen sus ojos.
Porque habla con la mirada
y sus miradas son mudas, como todas,
pero aunque suenen a la nada
te dictan el todo.

Por eso no la comprendéis
los que solo decís palabras.
Y yo tampoco merezco entenderla,
probablemente no lo haga,
pero solo cuando ella me entiende
llego a entenderme por completo.

Por eso no os la aprendéis
los que no veis la magia también
como un filtro fotográfico,
los que no habláis de recuerdos
en presente.

Y que bonita estaba la luna.
Y yo quería ser viento
para acunar al vacío
y que viera lo libres que podíamos sentirnos
aún entre esas rejas
que compartíamos.

La quiero
porque sé que se vendría conmigo
a acariciar gatos negros,
que es el rompecabezas
con más piezas
que venden
ya que las personalidades son infinitas.

De su tristeza nace ella misma
cada madrugada,
y de nuestras charlas nazco yo
y de nuestros silencios nazco yo
o la parte de mí que no es ella.
Todas nosotras somos una paranoia.

Y que bonita estaba la luna.
Y mi desgracia de la mano con la tuya
coronando el resto de sensaciones,
llorando todas las páginas en blanco
de las que hicieron canciones.

Gracias por ser las palabras en el margen.
Gracias por ser el roto de mi descosido.
Por favor, humanidad,
decir que te ruego es poco
si te pido que la dejes provocarse
sus propios destrozos
y no la mezcles con los del resto de la sociedad.

Déjala vivir en su rincón,
o en su borde siendo esquina.
Se muestre persona, elemento o sentimiento
va a vivir siempre atada
a la razón que lleva su sin razón.

Lo más demente es que la miro a ella
y reflejada me veo yo.
Por eso no la entendéis
los que solo tenéis
un corazón.
Yo debo tener un circuito
por todos los cables que se me cruzan.

No creo ni que entiendas este escrito,
al faltarme tú
he perdido el hilo
de lo que soy.

Pero sé que sabes
sacarle las cosquillas a cualquier cosa
y encontrar la idea que merezca la pena
de este sin sentido.

Y que bonita estaba la luna.
Catastrófica.
Anunciando desgracias
de las que a mí me gustan.
Y que bonita la luna aquel día.

Ha dejado el grupo.

había abierto los ojos sobre demasiadas chorradas, tipo las tablas de los verbos irregulares los cuadros sinópticos y la democracia del culo del consejo escolar y el conformismo y la falacia de los profes, la manera sibilina que tenían de estimular de boquilla la independencia de opinión de los jóvenes y la rabia sutil con la que castigaban la más mínima señal de autonomía los muy cabrones.

domingo, 21 de diciembre de 2014

83.

-¿Qué pinta tiene? -insistió Adamsberg.
-Relativamente guapo -admitió Danglard a regañadientes.
-Mala suerte.
-No. Camille no me preocupa tanto, es Retancourt.
-¿Sensible?
-Eso dicen.
-¿Cómo de relativamente guapo?
-Bien plantado, tipo árbol, sonrisa ladeada y mirada melancólica.
-Mala suerte -repitió Adamsberg.
-No podemos matar a todos los hombres de la tierra, ¿no?
-Podríamos matar al menos a los hombres con mirada melancólica.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Cuatro patas para un sueño.

-Sería gracioso que a esta y a mí nos obligaran a casarnos con vosotros -dijo Corina, prorrumpiendo en una risita tan aguda que perforaba los tímpanos.
-Graciosísimo -dijo secamente Rafael, sin prorrumpir en nada.
-Para evitar complicaciones -esclarecí yo la oscura cuestión con una de mis ideas luminosas-, podemos decir que somos vuestras esposas.
Aunque en el interior del coche apenas había luz, los dos hombres nos miraron de un modo que me avergonzó. Fue una mirada muda, como todas las miradas, pero que decía muchas cosas. Entre ellas, las siguientes:
«¿De verdad crees, insensata, que podríais pasar por nuestras esposas legítimas?
»¿Es que no os habéis fijado en la pinta que tenéis?
»Con vuestros pelos teñidos y vuestras caritas, graciosas pero descaradas, apestáis desde muy lejos a aventurillas pasajeras. Vuestros vestidos son caros, pero les falta esa especia llamada distinción que condimenta la ropa de las chicas bien. Vuestros zapatos son buenos, pero sus tacones son exageradamente altos. Vuestro maquillaje es de las mejores marcas, pero os lo aplicáis en dosis excesivas.
»Además estáis siempre contentas, con una alegría demasiado ruidosa e impropia de una mujer casada. Porque el matrimonio es una cosa demasiado seria, que no permite estarse riendo a cada momento.
»Basta por lo tanto el más superficial de los vistazos para darse cuenta de que no sois nuestras esposas.
»Ni nosotros mismos nos atreveríamos a sostenerlo, porque nos daría vergüenza. Vergüenza de que pudieran pensar que unos hombres tan importantes como nosotros nos habíamos casado con unas mujercillas (que suena mejor que mujerzuelas, pero quiere decir lo mismo).
»Porque nosotros somos lo que la gente llama unos «vivalavirgen», pero a la hora del matrimonio también decimos: ¡Viva la virgen!
»Y elegimos una mujer absolutamente virginal.
»A nosotros no nos importa exhibirnos con chicas de vuestra clase, e incluso nos gusta presumir de nuestras conquistas. Pero procuramos que se sepa siempre lo que en realidad sois, y que nadie pueda confundiros con nuestras novias formales, ni con nuestras esposas auténticas. Porque algún día nos casaremos: y cuando lo hagamos será con mujeres recatadas y discretas, distinguidas y elegantes, dignas en una palabra de nuestra categoría social.»

martes, 9 de diciembre de 2014

Verso en prosa.

Me traes más problemas que soluciones,
y eso que solucionas mis problemas solo
con rozarme.
Será que nos rozamos demasiado poco
o que tenemos demasiado roces.

¿En qué momento complicamos tanto esto? Nuestra historia la escriben los vencidos. Vencidos por un amor que aún no había aprendido a amar, vencidos por dos corazones no lo suficiente engrandecidos para abarcar la distancia que los separaba. Vencidos sobre todo por el aquí y el ahora, que no supimos convertir en nuestros y guardárnoslos para los instantes efímeros en los que estuviéramos a solas. Donde nuestro amor sea anacrónico, cuando al fin cuente nuestras crónicas. Donde nuestra historia no es historia, cuando la libertad no nos haga presas del destino y convierta cada posibilidad en una cadena. Búscame en ese aquí y ese ahora.
Es la jaula de la libertad, dulce condena, la que no nos deja ser libres.

Prosa en verso.

La diferencia es que
aunque tú digas que me quieres
y yo diga que no es amor,
yo estoy dispuesta a intentarlo.
Por encima de los kilómetros,
de las malas lenguas,
de los horarios en los que
no hay ni un minuto reservado para ambos,
del futuro que
amenaza con llevarnos por caminos distintos
e incluso de mis conflictos internos.
Y a ti,
solo te veo dispuesto a poner excusas.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Raa.

Mi plan era darte las felicidades a las doce justas pero claro, me puse a ver una película de Angelina Jolie y esa mujer me pierde, y se ha acabado y me he acordado seguramente mañana me maten cuando miren mi última visita pero merece la pena. Bueno, lo primero que espero por lo menos ir aunque sea a felicitarte en persona y que ojalá todos tus días fuesen especiales, de maneras distintas, porque en poco tiempo te has convertido en alguien muy importante para mí y te mereces mil sorpresas cada día, felicidades Becky, pásalo súper bien y no dejes que nada te joda el cumple muchas veces te preocupas por mí y en el momento a lo mejor no sé valorarlo y de cierta forma me moleste pero aprovecho también para darte las gracias y darte un consejo que te será muy útil mañana cuando salgáis, atenta eh, por ninguna razón pase lo que pase le pidas un cigarrillo a un viejo, que ni se te ocurra. Y en fin eso, que te quiero muchísimo, que cumplas muchos muchos más y que apesar de tu altura eres enorme.
Te quiero.
Y ya, ya paro de ser cursi hasta tu próximo cumple.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Quiéreme si te atreves.

Felicidad en estado puro, brutal, natural, volcánico, que gozada, era lo mejor del mundo... Mejor que la droga, mejor que la heroína, mejor que la coca, chutes, porros, hachís, rayas, petas, hierba, marihuana, cannabis, canutos, anfetas, tripis, ácidos, lsd, éxtasis... Mejor que la nocilla y los batidos de plátano... Mejor que la trilogía de George Lucas, que la serie completa de los Teleñecos, que el final de Milenium...  Mejor que los andares de Ally McBeal, Marylin, la Pitufina, Lara Croft, Naomi Campbell y el lunar de Cindy Crawford... Mejor que la libertad... Mejor que la vida...

lunes, 4 de agosto de 2014

04082014

Una vez leí en un libro, "no escribas nada que no quieras que nadie lea". Estoy a punto se ignorar este consejo. Bienvenido a mi alma y mi corazón, a mis mariposas y mis precipicios, bienvenido a mi desahogo. No tengo mucho más que decir, ya lo entenderás pasando las páginas, pero no lo hagas demasiado rápido, no vaya a ser que te cortes con el filo de la hoja o con algún pedacito de mi orgullo.

viernes, 25 de julio de 2014

Love and Oz.

El primer poema nació en el mismo instante en que la primera mujer que habitó este planeta sonrió. Y la primera balada fue compuesta por el hombre que perdió a aquella mujer...
Cuando un te quiero no es suficiente, cuando se secan las lágrimas y nuestra sonrisa se suicida, cuando no nos alcanzan las palabras y la mirada se vuelve dura es cuando viene al rescate de nuestra alma rota una balada.
Por eso he querido hacer una hucha de besos en forma de canciones. Un banco donde ingresar melancolías, donde hacer transferencias de nostalgias y despedidas.
Te hemos guardado una hucha de besos por si necesitas suelto para pagar el peaje que la vida nos cobra por intentar ser feliz.
Te guardo un beso, por si lo quieres.

jueves, 17 de julio de 2014

.

Lyra se sentó despacio, y Will se sentó junto a ella.
-Ay, Will, ¿qué podemos hacer? -exclamó Lyra-. Quiero vivir siempre contigo. Quiero besarte y acostarme a tu lado y despertarme junto a ti cada día de mi vida, hasta que muera, dentro de muchos, muchísimos años. No quiero tener un recuerdo, un mero recuerdo...
-Yo tampoco quiero conformarme con recuerdos -dijo Will-. Lo que yo deseo es tu pelo, tu boca, tus brazos, tus ojos y tus manos. No sabía que era capaz de amar tanto a una persona. ¡Oh, Lyra, ojalá esta noche no terminara nunca! ¡Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre, y que la Tierra cesara de girar, y todo el mundo se sumiera en un sueño!
-¡Todos excepto nosotros! ¡Y que tú y yo pudiéramos vivir aquí eternamente, amándonos!
-Te amaré siempre, pase lo que pase. Hasta que muera y después de que muera, y cuando consiga salir de la tierra de los muertos mis átomos vagarán para siempre, hasta que vuelva a encontrarte...
-Yo te esperaré, Will, cada momento de mi vida. Y cuando volvamos a encontrarnos nos abrazaremos con tal fuerza que nada ni nadie podrá separarnos. Cada átomo de mi ser y cada átomo del tuyo... Viviremos en los pájaros, las flores, las libélulas, los pinos, las nubes y en esas motas de luz que flotan en los rayos de sol... Y cuando utilicen nuestros átomos para crear una nueva vida tendrán que tomar dos, uno tuyo y otro mío, porque estaremos unidos para siempre...
Se tendieron en el suelo, tomados de la mano, y contemplaron en firmamento.
-¿Recuerdas cuando entraste por primera vez en aquel café de Cittàgazze y nunca habías visto a un daimonion? -susurró Lyra.
-No sabía lo que era eso. Pero me gustaste en cuanto te vi, por lo valiente que eras.
-No, tú me gustaste antes que yo a ti.
-¡No es verdad! ¡Te peleaste conmigo!
-Bueno, sí -reconoció Lyra-, pero tú me atacaste.
-¡Mentira! Tú saliste como una furia y me atacaste a mí.
-Sí, pero me detuve enseguida.
-No hay peros que valgan -replicó Will con tono burlón.
Will notó que Lyra temblaba, y unos instantes después sintió que los delicados huesos de su espalda se movían de forma compulsiva y la oyó llorar quedamente. Will acarició su cálido pelo y sus tiernos hombros y la besó en la cara una y otra vez, hasta que por fin Lyra suspiró con un estremecimiento y se calmó.

lunes, 16 de junio de 2014

La costa del silencio.

Hagamos una revolución, que nuestro líder sea el sol y nuestro ejército sean mariposas. Por bandera otro amanecer y por conquista comprender que hay que cambiar las espadas por rosas. Mientras te quede aliento ve a buscar con el viento ayuda, pues apenas queda tiempo. Ven, quiero oír tu voz, y si aún nos queda amor impidamos que esto muera.

jueves, 12 de junio de 2014

La leyenda de Od y Om.

En el albor de los tiempos O, la madre bruja, reinaba entre todas las tribus con la ayuda de la magia, imponiendo la paz a los guerreros, bendiciendo los frutos de la tierra y propiciando su unión con el fuego, el agua y el aire.
O era respetada por los hombres y los animales y su reinado era justo.
O era sabia y conocía todos los secretos que le permitían sanar a los enfermos y adivinar lo que aún no había acontecido.
O se comunicaba con los espíritus de los muertos, los animales y las plantas del bosque.
O vivía en armonía con la naturaleza y con los hombres y era amada por todos.
O era fértil y tuvo dos hijas muy bellas, Od y Om, a quienes transmitió su saber.
Om quiso aprender de su madre el poder curativo de las plantas y las raíces. Y a fuerza de paliar el sufrimiento de los mortales se familiarizó con la muerte y comprendió su piedad.
Od quiso aprender de su madre el arte de comunicarse con los espíritus del más allá. Y a fuerza de escuchar los lamentos de los muertos en pena, los que nunca hallaron la paz, concibió su miedo a morir.
Om amaba la vida puesto que no temía morir.
Od temía a la vida puesto que anhelaba vivir siempre.
Om fue fructífera y tuvo una hija, Omi, pero Od no quiso pasar por el trance del dolor del parto y se la robó una noche mientras Om dormía.
Od llevó a la pequeña ante su madre O para que la reconociera como suya, con el nombre de Odi.
O, que no quería que sus hijas se enfrentaran, aceptó la farsa con todo el dolor de su corazón puesto que Om era más generosa que su hermana y Od prometió criar y cuidar a Odi como hija suya.
Om estuvo triste un tiempo por la pérdida de Omi, pero pronto concibió otra niña, Oma, y perdonó la ofensa de Od.

Oma y Odi jugaron juntas, juntas aprendieron lo que sus madres les enseñaron y se intercambiaron sus conocimientos. Oma, gracias a Odi, se inició en las artes adivinatorias y aprendió a hablar con los espíritus. Odi, gracias a Oma, jugó con las pociones y los brebajes y aprendió el poder de las plantas, las raíces y las piedras.
Oma descubrió un día que los muertos habían confiado a Od el secreto de la inmortalidad si consumía la sangre sacrificada de los recién nacidos y de la niña que de transforma en mujer, y Oma, asustada, se lo explicó a su madre Om.
Om desconfió de su hermana y la espió. Supo que planeaba sacrificar a su hija Oma en el tránsito de su paso a mujer para beber su sangre y acceder a la inmortalidad.
Ése era el secreto que finalmente Od había usurpado a los muertos.
Om se sintió llena de indignación contra su hermana y la maldijo, maldijo a la hija que le dio para que fuese suya y la tierra que habitaba. Tomó a Oma y, sin despedirse de su madre para no apenarla, huyó lejos y se refugió en una cueva.
Mientras Om permaneció dentro de la cueva, escondida con su hija, la tierra dejó de fructificar. La nieve la cubrió con su manto, helando las cosechas, secando las hojas de los árboles y trayendo hambre y frío.
O se sentía cansada y deseaba transmitir el mando a una de sus hijas, pero ambas se hallaban enfrentadas, por ello no quiso ceder su cetro de poder a ninguna.

Mientras tanto, los guerreros de las tribus, que deseaban la guerra y debían acatar la paz que O imponía, supieron que la madre bruja era vieja, que su poder se debilitaba, y la acusaron del hambre, del frío y del primer invierno que había azotado sus vidas.
Los guerreros se reunieron secretamente y decidieron que había llegado el tiempo de los hombres. Los hombres desbancarían por fin la sabiduría y la magia de las mujeres y retornarían el poder a las armas y a la fuerza.
Y Od, resentida con su vieja madre que se negaba a concederle el poder del mando, se alió con los hombres guerreros y junto a ellos urdión un complot para apartar a O de su reinado.
O fue destronada, pero los hombres, unidos por las armas, decidieron que en su lugar no se sentara Od, sino un mago sinuoso, Shh, un hombre que usó la fuerza y usurpó el saber y el conocimiento de la madre bruja gracias al favor de Od.
Od, rabiosa por no reinar, exigió a Shh que desposase a su hija Odi y le entregase a todos los hijos e hijas que engendrasen. Ése era el tributo que exigía.
O lloró y lloró y su llanto tibio acabó por fundir la nieve y permitir que de la tierra tornasen a asomar los brotes de la vida.
Ése fue el momento en que Om salió de la cueva con su hija Oma convertida en mujer y ése fue el momento en el que de nuevo reinó la abundancia, calentó en sol, reverdecieron las plantas, los animales se reprodujeron y los frutos maduraron. La naturaleza se resarció de su largo letargo.
Pero Shh, con el beneplácito de Od, transformó las ceremonias de renacimiento y de vida en ceremonias de guerra y muerte oficiadas por Od. Todos los hijos varones de Odi fueron sacrificados al nacer y su sangre fue consumida por Od. Todos excepto uno, el primogénito, destinado a reinar. Las hijas, las muchas hijas que concibió Odi, las Odish, fueron educadas por Od en el miedo a la muerte, el odio a los hombres y a sus primas hermanas, las Omar.
Od les enseñó el secreto de la inmortalidad y las obligó a jurar su fidelidad y su misión de apropiarse de las hijas adolescentes de Oma para servirse del poder de su sangre.
Y Om, viendo a su alrededor tanto odio y tristeza, decidió que el castigo que merecía el reinado de su hermana sería de nuevo el invierno, el frío y el hambre.
O murió de pena y de tristeza maldiciendo a su hija Od. Antes de su muerte, sin embargo, lanzó su cetro de poder a las entrañas de la tierra, para que nadie lo poseyese, y escribió con su propia sangre la profecía de la bruja del cabello rojo que pondría fin a la guerra de las brujas hermanas.
Odi murió de dolor tras haber sufrido la muerte de tantos hijos y haber desgastado su cuerpo con tantos nacimientos. También con su sangre, escribió los últimos versículos alertando de la traición de la elegida, puesto que había sufrido la traición de sus propias hijas, las Odish.
Om murió rodeada de sus hijas y nietas y las alentó para vivir con la esperanza de la llegada de la bruja del cabello rojo que las vengaría a ellas y a sus descendientes.
Unas y otras soñaron con el cetro de poder que O escondió en las entrañas de la tierra, pero que nunca hallaron.

Tras la muerte de O, las mujeres de la tierra fueron apartadas de los Consejos, de las Ceremonias, de los Templos, de los lugares públicos y hasta del lecho de los enfermos. Los guerreros recluyeron a las mujeres en las casas, las privaron de la música, de la danza, del conocimiento de los libros y del saber de la naturaleza; les prohibieron acercarse a las armas bajo pena de muerte y las obligaban a cubrir su cuerpo y su cabeza por considerarlas impuras. Se las vilipendió y castigó públicamente cuando no acataban las órdenes de los hombres y se dictó un edicto para perseguir a las que practicaran la magia y se opusiesen a la voluntad de Shh.
También las hijas de Odi, las Odish, sufrieron el desprecio, la reclusión y la persecución de su padre y su hermano. Y por eso envenenaron a Shh y engañaron a su hermano enviándolo a la muerte a manos de otro guerrero ambicioso.
Así se sucedió una guerra tras otra, una traición tras otra, una persecución tras otra.

Oma y sus muchas hijas, que fueron llamadas Omar, continuaron ocultas aplicando calladamente sus artes curativas y mitigando el dolor de los que sufrían. Se refugiaron en los bosques, las cuevas, los valles junto a los arroyos y los cruces de los caminos, donde recogían cuantos regalos les brindara la naturaleza. Preparaban pociones y remedios para los dolores del cuerpo y aplicaban la fuerza de su mente y hechizos para aplacar los sufrimientos del espíritu. Acostumbradas a la persecución, se ocultaban durante el día y se reunían de noche en los claros del bosque, donde celebraban sus ceremonias con las danzas y los cantos que les habían sido prohibidos. Se acogieron al poder de la luna, que rige el ciclo femenino, fructifica la siembra y ordena las mareas, y prometieron ayudarse las unas a las otras sirviéndose de la telepatía y la lengua antigua para protegerse de la envidia de las Odish y el recelo de los hombres.
Fundaron las tribus Omar y a su vez sus hijas escogieron su clan entre los animales que pueblan la tierra. Aprendieron de sus tótems, su sabiduría, sus virtudes, su lengua y su espíritu. Las nietas fundaron los clanes de las gallinas, las liebres, las osas, las lobas, las águilas, y muchos más, se vincularon a sus linajes familiares y se dispersaron por el mundo. Allá donde llegaron fueron bien acogidas, ya que dispensaban amor y sabiduría. Fueron pitonisas, músicas, poetisas, herboristas o curanderas. Todas fueron fértiles y sensuales, y transmitieron su saber de madres a hijas ocultando su naturaleza a sus esposos y amantes.
En los tiempos oscuros muchas perecieron en el fuego, las otras soñaban con que llegara la elegida, la bruja del cabello rojo, la que acabaría con las Odish y pondría fin a la guerra de las brujas.
El tiempo, según las constelaciones, estaba cerca.

miércoles, 11 de junio de 2014

Profecías.

PROFECÍA DE 0

Y un día llegará la elegida, descendiente de Om.

Tendrá fuego en el cabello,
alas y escamas en la piel,
un aullido en la garganta
y la muerte en la retina.

Cabalgará el sol
y blandirá la luna.

PROFECÍA DE ODI

Ella destacará entre todas,
será reina y sucumbirá a la tentación.

Disputarán su favor y le ofrecerán su cetro,
cetro de destrucción para las Odish,
cetro de tinieblas para las Omar.

El dictado del corazón de la elegida propiciará la verdad.
La una triunfará sobre las otras.
Definitivamente.

PROFECÍA DE OMA

Y yo os digo que llegará el día en que la elegida pondrá fin a las disputas entre hermanas.

El hada de los cielos peinará su cabellera plateada para recibirla.
La luna llorará una lagrima para presentar su ofrenda.
Padre e hijo danzarán juntos en la morada del agua.
Los siete dioses en fila saludarán su entronización.

Y se iniciará la guerra
cruel y encarnizada.
La guerra de las brujas.

Suyo será el triunfo,
suyo será el cetro,
suyo será el dolor,
suya la sangre
y la voluntad.

PROFECÍA DE TRÉBORA

Oro noble de sabias palabras labrado,
destinado a las manos que aún no han nacido,
triste exiliado del mundo por la madre O.

Ella así lo quiso.
Ella así lo decidió.
Permanecerás oculto en las profundidades de la tierra,
hasta que los cielos refuljan y los astros inicien su camino.
Entonces, sólo entonces, la tierra te escupirá de sus entrañas,
acudirás obediente a su mano blanca
y la ungirás de rojo.

Fuego y sangre, inseparables,
en el cetro de poder de la madre O.
Fuego y sangre para la elegida que poseerá el cetro.
Sangre y fuego para la elegida que será poseída por el cetro.

El cetro de O gobernará a las descendientes de O.

PROFECÍA DE TAMA

La luna hollará la tierra en su honor
y protegerá su morada
mostrando con sus pálidos rayos
el aura inequívoca de su elegida.

Un meteorito lunar
negro y frío
abrigará sus noches
y enjuagará su pena.

El filo de la piedra de luna
hiende el mal
en la carne lacerada
devolviendo su reflejo.

PROFECÍA DE OD

Oro, sangre e inmortalidad para la elegida.

Belleza nacarada su piel,
lunas eternas su tiempo,
en sus sueños de amores rendidos.

La ambición suma
a partes iguales de envidia y celos
y añade a su venganza la traición.

Será tentada y sucumbirá a la tentación.

PROFECÍA DE OM

Verá la luz en el infierno helado,
donde los mares se confunden con el firmamento,
y crecerá en el espinazo de la tierra,
donde las cumbres rozan los astros.

Se alimentará de la fuerza de la osa,
crecerá bajo el manto cálido de la foca
impregnándose de la sabiduría de la loba
y al fin se deberá a la astucia de la zorra.

La elegida, hija de la tierra, surgirá de la tierra
que la amará y la acogerá en su seno.
Prisionera de su tibieza, permanecerá ciega y sorda,
acunada por las madres oscuras
y arropada en sus dulces mentiras.

sábado, 31 de mayo de 2014

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La lluvia me habla de aquella noche en la que dijiste la mentira más bonita jamás contada.

martes, 20 de mayo de 2014

1214.

"Hasta nunca."
Esas fueron las últimas palabras que te dije. Lo último que oí de ti fue un "Vale" aceptando el destino que yo te imponía. No era para nada la reacción que esperaba. Después de tantas esperas, tantas conversaciones profundas y superfluas, tantas madrugadas con el otro como única compañía y tantos problemas e historias a nuestras espaldas, esperaba que me insistieras, o que al menos no estuvieras de acuerdo en perderme. Yo siempre me creí tus palabras. Durante dos años me tuviste dudando entre si te quería o no. Pero no puedo acusarte de nada, porque en cierto modo ambos sabíamos que era un juego, y que los juegos siempre tienen un vencedor y un ganador, y que estos se deciden al final, porque tiene que haber un final. Ambos sabíamos que no era real, pero necesitábamos palabras bonitas y pensar que había alguien, aunque fuera a quilómetros, que quería compartirlo todo con nosotros. Tantas veces soñé con verte y tantas veces suspiré leyendo tus mensajes. No supimos aprovechar las pocas veces que nos vimos, quizás porque el destino comprendió antes que nosotros que esto era un cruce de caminos en nuestra vida, como una conversación jobial con un agradable desconocido en un tren. En nuestro tren hacia ninguna parte.
Te habías convertido en alguien valioso para mí, algo que jamás pensé que podría llegar a pasar la primera vez que hablamos. Pues tus primeras palabras fueron tan vacías como las últimas. Nunca pensé que una persona como tú pudiera tener tantas preocupaciones e inquietudes. Si me gustabas era porque fuiste de los pocos que conocí con los que pude tener una conversación interesante, y también una conversación florero. En aquella época aún hablabas aquel dulce idioma. Tenías muchas cartas a tu favor y muchas cartas en tu contra, pero lo seguiste intentando. Lo intentaste aunque mientras tanto en tu vida entrara y saliera otra gente. Y yo también lo hice. Éramos una distracción nocturna a nuestra vida real. Éramos el Nunca Jamás del mundo de hoy en día. Quizás por eso nunca tuvimos algo serio. Porque no sabíamos. Entre tú y yo se había forjado algo tan real como imaginario. Eras mi mundo paralelo. Por eso nos prohibíamos en silencio intervenir en los asuntos del otro. En los asuntos del universo de verdad.
No puedo decir que haya estado enamorada de ti, ni que esta historia haya marcado un antes y un después en mi vida. Porque lo que pasó contigo fue algo más calmado, fue una historia a cámara lenta. Fuiste el decorado de fondo durante la obra de teatro cuando la atención se centraba en la actuación. Fuiste la base musical de la canción cuando la atención se centraba en la letra. Fuiste el murmullo del público en el cine, el olor a palomitas y el crujido de los asientos cuando la atención se centraba en la película. Pero te necesitaba. Y puede que haya un hueco en mi corazón que haya quedado vacío tras esa despedida y que aún te necesite.
O quizás el dolor de recordarte tampoco sea real.

Últimas palabras.

Ojalá grabaran las últimas palabras de la gente corriente. No pueden encontrarse ni en internet ni en las bibliotecas. Cuán insignificante es uno si no ha hecho algo que la sociedad valore, si no ha crecido ni tenido esa posibilidad, o si no ha disfrutado de las oportunidades que se les han brindado a otros. Entonces, las últimas palabras de uno carecen de importancia.

lunes, 12 de mayo de 2014

III.

Se supone que no debo usar mi poder. Se supone que no debo provocar las visiones voluntariamente. Los reinos han estado cerrados durante veinte años, pues lo que sucedió con Mary y Sarah lo cambió todo. Pero si no recorro ese camino, no volveré a ver a mi madre. Nunca sabré nada. En la boca del estómago, donde las intenciones se convierten en decisiones, sé que ya he emprendido ese camino incierto.
Eso barrunto mientras estoy sentada en la cueva oscura con las otras. El ambiente está bochornoso. La lluvia de la noche no ha refrescado el aire. De hecho, sólo ha servido para que el persistente calor se vuelva más pesado e insoportable.
Felicity lee la última entrada del diario de Mary, pero no me entero de gran cosa. Mi secreto va a darse a conocer esta noche, y todo mi ser está tenso por la espera.
Felicity cierra el diario.
-Bien, ¿qué pasa?
-Sí -dice Pippa con aspereza-. ¿Por qué no podías esperar hasta mañana?
-Porque no -contesto. Tengo los nervios a flor de piel. Todos los ruidos se amplifican en mis oídos-. ¿Y si os dijera que la Orden existe? ¿Que los reinos existen? -Respiro hondo-. ¿Y que sé llegar hasta allí?

II. (3)

-¿Qué están haciendo? -pregunta Ann.
-¡La mujer está tumbada pensando en Inglaterra! -dice Pippa, repitiendo lo que las madres inglesas dicen a sus hijas sobre el acto carnal. Se supone que no debemos disfrutar, sino sólo pensar en traer niños al mundo, en el futuro del imperio y en complacer a nuestros maridos. Por alguna razón, la cara que surge en mi pensamiento es la de Kartik. Esos ojos ribeteados de negro que se acercan y que me hacen abrir los labios. Siento un calor extraño en el estómago que se extiende por mi cuerpo.
-Ann, no me digas que no sabes lo que hacen los hombres y las mujeres cuando están juntos. ¿Quieres que te lo enseñe?
Felicity se baja de la roca y se arrastra a cuatro patas por el suelo, acercándose a Ann, que retrocede hasta que su espalda topa contra la pared.
-No, gracias -murmura.
Felicity se queda mirándola un momento y luego le da un lametón en la mejilla. Horrorizada, Ann se limpia con la mano. Felicity se ríe y, reclinándose contra una pequeña roca, estira los brazos por encima de la cabeza. Sus pechos turgentes se perfilan bajo el corpiño del vestido. Tiene la mirada fija en un punto más allá de nuestras cabezas.
-Yo tendré muchos hombres -comenta con naturalidad, como si hablara del tiempo, pero sin duda sabe que está diciendo algo escandaloso.
Pippa, que no sabe si reír o gritar, hace las dos cosas.
-Pero, Felicity, eso es vergonzoso.
Felicity huele sangre. Ha percibido nuestro malestar y no piensa dejar escapar la ocasión.
-Así es. ¡Hordas de hombres! Miembros del Parlamento y mozos de cuadra. Moros e irlandeses. ¡Duques venidos a menos! ¡Reyes!
Pippa se tapa los oídos con las manos.
-¡No! -exclama-. ¡No me digas nada más! -pero también se ríe. Le encanta el descaro de Felicity.
Felicity se ha levantado, ahora baila y da vueltas como una endemoniada.
-¡Tendré presidentes y grandes empresarios! ¡Actores y gitanos! ¡Poetas y artistas y hombres que morirán sólo por tocarme el dobladillo del vestido!
-¡Has olvidado a los príncipes! -grita Ann, con una pequeña sonrisa culpable.
-¡Príncipes! -grita Felicity con placer.
Coge a Ann de las manos y, con el pelo ondeando, la hace bailar en círculo.
Pippa se levanta y se une a ellas.
-¡Y trovadores!
-¡Y trovadores que cantan a los zafiros de mis ojos!
Yo también me uno a ellas, atrapada en la agitación general.
-¡No olvidéis a los malabaristas, acróbatas y almirantes!
Felicity se detiene y, con voz fría, dice:
-No, almirantes no.
-Lo siento, Felicity, no lo he dicho con mala intención -me disculpo, alisándome el vestido, mientras Pippa y Ann, incómodas, miran al suelo.
El silencio es pura electricidad entre nosotras: basta un gesto, una palabra equivocada, para que ardamos. Felicity tiene la botella. Bebe un largo trago, se agacha por la fuerza del whisky y con el dorso de la mano pálida se seca los labios, oscuros a causa de la bebida.
-¿Qué os parece si celebramos un ritual?
-¿Qué... qué clase de r-r-ritual?
Ann no se sa cuenta de que se ha alejado unos cuantos pasos de nosotras, aproximándose a la enorme boca de la cueva.
-Ya lo sé. ¡Podríamos hacer un juramento! -dice Pippa, muy ufana.
-Tiene que ser algo que nos comprometa más -dice Felicity con la mirada perdida-. Las promesas pueden olvidarse. Hagamos un ritual de sangre. Necesitamos algo afilado. -Sus ojos se posan en mi amuleto, que cuelga por fuera del vestido-. Eso nos sirve, creo.
Instintivamente, me llevo la mano al collar.
-¿Qué vas a hacer?
Felicity exhala un suspiro y pone los ojos en blanco con actitud teatral.
-Voy a sacarte las tripas y dejarlas en el jardín clavadas en una estaca como advertencia para las que llevan joyas grandes.
-Era de mi madre -digo.
Todas me miran con expectación. Al final, cedo a su muda presión y entrego el collar.
-Merci.
Felicity hace una reverencia. Con un rápido gesto, se acerca el borde de la luna a la yema del dedo y se lo clava. Enseguida mana sangre a borbotones.
-Toma -dice, manchándome las mejillas con su sangre-. Nos haremos la señal unas a otras. Será un pacto.
Le tiende el collar a Pippa, que hace una mueca.
-No me puedo creer que me propongas una cosa así. Es una salvajada. No soporto la sangre.
-Bien, en ese caso te lo haré yo. Cierra los ojos. -Felicity le corta la piel y Pippa lanza un alarido como si hubiese recibido una herida mortal-. ¡Santo cielo, todavía respiras! No seas boba. -Pasa los dedos de Pippa por las mejillas rubicundas de Ann.
Ann, por su parte, se limpia los dedos sangrientos en la piel de porcelana de Pippa.
-Por favor, daos prisa. Voy a vomitar. Lo sé -gimotea Pippa.
Por fin me toca a mí. El extremo afilado de la luna se cierne sobre mi dedo. Recuerdo el fragmento de un sueño: una tormenta, creo, y mi madre que grita, y yo tiendo la mano abierta, herida.
-Vamos -me insta Felicity-. No me digas que también tendré que hacértelo a ti.
-No -digo, y me clavo la punta en el dedo.
El dolor me recorre el brazo y un bufido escapa de mis labios. El pequeño corte enseguida empieza a sangrar. Me arde el dedo cuando lo froto con suavidad en los pómulos de Felicity, blancos como la nieve.
-Ya está -dice, mirándonos una por una, todas recién bautizadas a la luz de las velas-. Tended las manos. -Estira el brazo y ponemos las palmas encima de la suya-. Nos juramos lealtad mutua y nos comprometemos a mantener en secreto los ritos de nuestra Orden, saborear la libertad y no permitir que nadie nos traicione. Nadie. -Al decirlo, me mira a mí-. Éste es nuestro santuario. Y mientras estemos aquí, diremos solo la verdad. Juradlo.
-Lo juramos.
Felicity acerca una vela al centro.
-Que cada una diga sobre esta vela cuál es su mayor deseo y lo haga realidad.
Pippa coge la vela y declara con solemnidad:
-Encontrar el amor verdadero.
-¡Qué bobada! -dice Ann, intentando pasarle la vela a Felicity, que la rechaza.
-Tu mayor deseo, Ann -insiste Felicity.
Sin mirar a nadie, Ann dice:
-Ser hermosa.
Felicity agarra la vela con firmeza y proclama resueltamente:
-Deseo ser tan poderosa que nadie pueda pasarme por alto.
De pronto, la vela está en mi mano, la cera caliente gotea por los lados y me quema la piel antes de enfriarse y solidificarse en la muñeca. ¿Cuál es mi mayor deseo? Quieren la verdad, pero la respuesta más sincera que puedo dar es que me conozco tan poco que ni siquiera eso sé.
-Entenderme.
Esto parece satisfacerlas, pues Felicity recita:
-Ah, grandes diosas de estas paredes, concedednos nuestros mayores deseos.
Una brisa entra por la boca de la cueva y apaga la vela. Se nos corta la respiración.
-Creo que nos han oído -susurro.
Pippa se lleva la mano a la boca.
-Es una señal.
Felicity nos pasa la botella una última vez y bebemos.
-Por lo visto, las diosas nos han contestado. Por nuestra nueva vida. Bebed. La primera reunión de la Orden ha concluído. Volvamos antes de que las velas se consuman.

II. (2)

«Hoy Sarah y yo nos hemos portado mal y hemos entrado en los reinos sin dejarnos guiar por nuestras hermanas. Al principio, temíamos habernos extraviado, pues nos encontrábamos en un bosque neblinoso donde muchos espíritus perdidos, esas pobres almas en pena, nos pedían ayuda, pero todavía no podíamos hacer nada por ellos. Eugenia dice...»
-¡Eugenia! ¿Creéis que se refiere a la señora Spence? -pregunta Ann.
Todas la mandamos callar, y Felicity sigue.
-«Eugenia dice que no pueden irse hasta que su alma haya acabado su trabajo, ya sea en un plano u otro, y sólo entonces podrán descansar. Algunas de estas almas errantes nunca se liberan, y entonces se corrompen, convirtiéndose en espíritus oscuros capaces de toda clase de maldades. Son expulsadas a las Tierras Invernales, un reino de fuego y hielo y sombras, adonde sólo pueden ir las hermanas más fuertes y sabias, pues las almas oscuras de ese reino son capaces de suscitar mil anhelos. Te convierten en esclava del poder si no sabes utilizarlo y apartarlas de ti como hacen las mayores. Responder a uno de esos espíritus caídos, unirte a él, podría alterar el equilibrio de los reinos para siempre» -Felicity se interrumpe-. ¡Vamos, esto es el peor intento de escribir una novela gótica que he visto! Sólo faltan los crujidos en el suelo de un castillo y una heroína a punto de perder la virtud.
Pippa se endereza, riéndose.
-¡Sigamos leyendo a ver si ellas pierden la virtud!
-«Hoy estábamos otra vez en el jardín de la belleza donde los mejores deseos pueden hacerse realidad...» -continúa Felicity, y añade-: Esto ya me gusta más. Aquí seguro que hay algo carnal. «El brezo, con su dulce aroma, del color del vino, se mece bajo el cielo de tonos naranja y dorado. Nos pasamos horas tumbadas entre los arbustos, sin carecer de nada, transformando las hojas de hierba en mariposas solo con el roce de los dedos, haciendo realidad cuanto imaginábamos mediante la voluntad y el deseo. Las hermanas nos mostraron que podíamos conseguir cosas maravillosas, curaciones, conjuros para la belleza y el amor...»
-¡Ah, eso quiero saberlo yo! -exclama Pippa.
Felicity levanta la voz para hacerse oír, hasta que Pippa calla.
-«... para hacernos invisibles ante los demás, para doblegar la mente de los hombres a la voluntad de la Orden, influyendo en sus pensamientos y sueños hasta que sus destinos se presenten ante ellos como un dibujo en las estrellas de la noche. Estaba todo escrito en el Oráculo de las Runas. Bastaba el contacto de esos cristales con nuestras manos para crear un canal por el que fluía el universo con el ímpetu y la velocidad de un río. De hecho, su grandeza era tal que no pudimos quedarnos más de unos segundos. Pero cuando nos alejamos, habíamos cambiado por dentro. "Os habéis abierto", dijeron nuestras hermanas...»
Pippa se ríe.
-A lo mejor sí perdieron la virtud.
-¿Quieres dejarme acabar? -gruñe Felicity.
-«... y nosotras también lo notamos. Llevando nuestra pequeña magia dentro de nosotras, atravesamos el velo por el que entramos en este mundo. Nuestro primer intento ha tenido lugar en la cena. Sarah se ha quedado mirando su pan y su sopa miserables, ha cerrado los ojos y ha dicho que era faisán. Y en eso se ha convertido: tenía el mismo aspecto y el mismo sabor, del primero al último bocado. Estaba tan delicioso que Sarah, con sonrisa de satisfacción, ha pedido más.»
Absorta en mis pensamientos, no me doy cuenta de que Felicity ha parado de leer. No se oye nada salvo el goteo del agua por una pared.
-¿Dónde has encontrado esto?
Me mira como si yo fuera una delincuente.
«Pues, verás, una cría fantasmagórica me condujo en plena noche hasta él. ¿A ti nunca te ha pasado?»
-En la biblioteca -miento.
-¿Y de verdad de has creído lo que cuenta de la hora de las brujas de Spence? -Felicity me mira con expresión de desconcierto.
-No, claro que no -vuelvo a mentir-. Sólo quería divertirme con vosotras.
-Ah, la hora de las brujas de la Orden. ¿Cuándo es? ¿Justo antes de las vísperas o después de música?
Pippa se ríe de tal modo que resopla como un caballo. Es un gesto muy poco atractivo, y soy tan malvada que disfruto viéndoselo.
-¡Qué gracia! Eres muy aguda -digo, intentando aparentar buen humor cuando me siento hosca y humillada.
Felicity sostiene el diario en alto y adopta expresión seria.
-Me he abierto, hermanas. A partir de ahora, esto será nuestro libro sagrado. Empezaremos cada reunión con una lectura de este diario, un diario -me mira un momento- muy convincente y absolutamente verídico.
Al oírla, Pippa prorrumpe en carcajadas.
-¡Creo que es una idea espléndida! -Se le traba la lengua y dice «esplendlida».
-Oye, que es mío -digo, intentando coger el diario, pero Felicity lo guarda en el bolsillo.
-¿No has dicho que estaba en la biblioteca? -pregunta Ann.
-¡Ja! ¡Bien dicho, Ann!
Pippa le sonríe y empiezo a lamentar el inicio de esa amistad. Me he metido en este lío por mi propia mentira y ahora me encuentro sin el libro y sin el medio de comprender lo que me está pasando, el significado de mis visiones. Pero me es imposible recuperarlo sin contarles toda la verdad y no estoy dispuesta a eso hasta que yo misma lo haya entendido.
Ann vuelve a pasarme la botella y la rechazo con un gesto.
-Je ne voudrais pas le whiskey -digo arratrando las palabras en un francés espantoso.
-Tenemos que ayudarte con el francés, Gemma, antes de que LeFarge te degrade -dice Felicity.
-¿Y tú cómo sabes tanto francés? -pregunto, irritada.
-Para tu información, señorita Doyle, mi madre recibe en su famoso salón de París. -Pronuncia salon con acento francés-. Los mejores escritores de Europa han pasado por allí.
-¿Tu madre es francesa? -pregunto.
-No. Es inglesa, descendiente de los York. Y vive en París.
¿Por qué vivirá en París y no aquí, adonde vuelve su marido después de cumplir sus obligaciones para con Su Majestad?
-¿Es que tus padres no viven juntos?
Felicity me lanza una mirada feroz.
-Mi padre está casi siempre en el mar. Mi madre es una mujer hermosa. ¿Por qué no habría de disfrutar de la compañía de sus amigos en París?
No sé qué he dicho que pueda haberla molestado. Empiezo a disculparme pero Pippa me interrumpe.
-Ojalá mi madre recibiera en su salón. O hiciera algo interesante. Lo único que hace es volverme loca con sus críticas. «Pippa, ponte derecha. Así nunca conseguirás un marido.» O «Pippa, debemos mantener las apariencias en todo momento». O «Pippa, lo que pienses de ti misma no es ni la mitad de importante que lo que los demás digan de ti». Y para colmo está su último protegido, el señor Bumble, un hombre torpe e insulso.
-¿Quién es el señor Bumble? -pregunto.
-El amado de Pippa -contesta Felicity, alargando la palabra.
-¡No es mi amado! -grita Pippa.
-No, pero quiere serlo. Si no, ¿por qué está siempre en tu casa?
-¡Debe de tener al menos cincuenta años!
-Y debe de ser muy rico porque si no tu madre no te lo endilgaría.
-Para mi madre, el dinero es lo más importante de esta vida -explica Pipps con un suspiro-. No le gusta que mi padre juegue. Le da miedo que lo pierda todo. Por eso le preocupa tanto que me case con un rico.
-Seguro que te encontrará a alguien con un pie deforme y doce hijos, todos mayores que tú -dice Felicity, y se echa a reír.
Pippa se estremece.
-Deberíais ver algunos de los hombres que ha hecho desfilar ante mí. ¡Uno medía un metro veinte!
-¡No puede ser! -exclamo.
-Bueno, a lo mejor llegaba al metro y medio. -Pippa suelta una carcajada contagiosa y nos desternillamos de risa-. Otra vez me presentó a un hombre que no paró de pellizcarme el trasero mientras bailábamos. ¿Os lo imagináis? «Ah, qué vals tan bonito», y un pellizco. «¿Te apetece un ponche?» Otro pellizco. Los morados me duraron una semana.
Nuestros chillidos parecen sonidos animales, desenfrenados y salvajes. Se apagan hasta quedar reducidos a toses y murmullos.
-Ann y Gemma -dice Pippa-, vosotras no tenéis que preocuparos por madres imposibles que intentan controlar cada minuto de vuestras vidas. Sois afortunadas.
Me quedo sin aire en los pulmones. Felicity da una fuerte patada a Pippa en la espinilla.
-Oye, eso no ha estado bien, eh.
Pippa se frota la pierna de manera ostensible.
-No seas tan delicada -dice Felicity con malicia, pero cuando nuestras miradas se cruzan, veo en sus ojos un asomo de amabilidad y pienso por primera vez que quizá lleguemos a ser amigas de verdad.
-¡Qué asco!
Ann ha estado hojeando el diario. Sostiene una especie de ilustración, que enseguida tira como si le quemara las manos.
-¿Qué es?
Pippa se abalanza a cogerla, pues su curiosidad puede más que su orgullo. Nos inclinamos a su al rededor. Es el dibujo de una mujer con uvas en el pelo apareándose con un hombre cubierto de pieles de animal y una máscara con cuernos en la cabeza. La leyenda reza: «Los ritos de la primavera según Sara ReesToome».
Todas ahogamos un grito y decimos que es repugnante a la vez que intentamos verlo mejor.
-Creo que el hombre ya ha derramado -digo, soltando una risa tan aguda que ni siquiera yo la reconozco.

miércoles, 30 de abril de 2014

II. (1)

Salimos sigilosamente poco después de medianoche y nos adentramos en el bosque a la luz de los faroles hasta llegar al oscuro seno de la cueva. Felicity enciende velas que ha robado de un armario. A los pocos minutos, el espacio está iluminado y los dibujos vuelven a danzar en las paredes de roca. En el inquietante resplandor, los cráneos de la diosa Morrigan se doblan y retuercen como seres vivos, obligándome a apartar la mirada.
-¡Uy, qué húmedo está esto! -dice Pippa, sentándose con cuidado en el suelo de la cueva. Felicity la ha convencido para que venga, y de momento no ha hecho más que quejarse por todo-. ¿A alguién se le ha ocurrido traer algo de comer? Me muero de hambre.
Mira a Ann, que ha sacado una manzana del bolsillo de la capa. Ann la sostiene en la mano mientras se debate en la duda: por un lado, el hambre; por otro, la necesidad de ser aceptada. Tras un minuto atroz, se la ofrece a Pippa.
-Puedes quedarte con mi manzana.
-Supongo que tendré que conformarme con eso -dice Pippa con un suspiro.
Tiende la mano, pero Felicity se le adelanta y agarra la manzana.
-Todavía no. Esto hay que hacerlo bien. Con un brindis.
Con ojos brillantes, Felicity saca de debajo de la enagua la botella de vino de la comunión. Los chillidos de placer de Pippa invaden el espacio cavernoso. Abraza a Felicity.
-¡Felicity, eres genial!
-Sí, ¿verdad?
Quiero decirles que fui yo quien arriesgó la vida, el cuerpo, el alma y la permanencia en la escuela para conseguir el vino, pero sé que sería inútil y que me tomarían por una resentida.
-¿Qué es eso? -pregunta Ann.
Felicity pone los ojos en blanco.
-Aceite de hígado de bacalao. ¿Qué crees que es?
Ann palidece.
-¿No será alcohol?
Pippa se lleva las manos a la garganta con gesto melodramático.
-¡Cielos, no!
Ann acaba de darse cuenta de dónde se ha metido. Intenta restar importancia a la situación siguiendo la broma.
-Las señoritas no beben alcohol -dice, remedando la voz afectada de la señora Nightwing.
Es una imitación perfecta, y todas nos echamos a reír. Encantada, Ann repite la broma una y otro vez hasta que deja de ser divertida y empieza a irritarnos.
-Ya basta -la reprende Felicity.
Ann se refugia otra vez tras su máscara.
-Desde luego la señora Nightwing no deja pasar una sola noche sin su jerez. Son tan hipócritas... A vuestra salud -brinda Pippa echando un trago generoso y muy poco femenino de la botella.
Se la pasa a Ann, que limpia la boca con la mano y vacila.
-Vamos, no muerde -dice Felicity.
-Nunca he bebido.
-¿Ah, no? ¡Qué sorpresa!
Pippa se ríe con fingido asombro, y no puedo evitar preguntarme qué pasaría si derramara el contenido de la botella sobre sus rizos perfectos.
Ann intenta devolver la botella, pero Felicity se mantiene firme.
-No te lo pedimos. Si no bebes, no podrás pertenecer al club. Tendrás que volver sola a Spence.
Ann la mira con los ojos muy abiertos. Las niñas mimadas no tienen ni idea de lo que supone para Ann violar las reglas. Si ellas se meten en un lío, casi siempre se las arreglan para salir impunes, pero para Ann una infracción puede suponer la ruina.
-Déjala en paz, Felicity.
-Eras tú quien quería que viniera, no nosotras -dice, mostrando su crueldad-. Se acabaron los favores. Si quiere estar en el club, tiene que beber. Y lo mismo te digo a ti.
-Bien, pues pásamela -contesto.
Me dan la botella.
-Y no vale volver a escupirlo en la botella -añade Felicity con todo provocador.
Al acercarme la botella a los labios, percibo un olor dulzón y áspero a la vez. Es un aroma intenso, mágico y prohibido. Me arde en la garganta y me hace toser y resoplar, como si alguien hubiera prendido mis pulmones con una cerilla.
-¡Ah, la sal de la vida! -exclama Felicity con una sonrisa diabólica, y todas ríen, incluída Ann, que así muestra su gratitud.
-¿Qué es? -pregunto con voz ronca.
No se parece en nada al vino que he tomado de las copas de mis padres; seguro que es algo que usan las criadas para limpiar los suelos o mezclar el barniz.
Nunca he visto a Felicity tan encantada.
-Whisky. Te has llevado sin querer la colección privada del reverendo Waite.
Se me saltan las lágrimas por el sabor acre, pero al menos vuelvo a respirar. Me recorre el cuerpo un sorprendente calor, unido a una agradable pesadez. Me gusta la sensación, pero Felicity ya me ha quitado la botella y se la ha dado a Ann, que toma la medicina como una buena chica, haciendo solo una ligera mueca por el sabor. Cuando Felicity bebe su trago, ya estamos todas iniciadas. Aunque todavía no sé muy bien en qué. Nos pasamos la botella unas cuantas veces más, hasta que los miembros nos flojean como a terneros recién nacidos. Me siento flotar. Podría seguir así días y días. Ahora el mundo real, con su sufrimiento y sus decepciones, es sólo una palpitación tras la membrana protectora que la ebriedad ha formado a nuestro al rededor. Está en algún lugar fuera de nosotras, a la espera, pero estamos demasiado aturdidas para preocuparnos. Mientras contemplo el brillo de las rocas y mis nuevas amigas hablan en susurros, me pregunto si es así como pasa los días mi padre, envuelto en su capullo de láudano. Sin dolor, sintiendo sólo el latido distante del recuerdo. La idea me inspira una tristeza insoportable, y me sumerjo en ella.
-¿Gemma? ¿Estás bien?
Es Felicity, que se ha acercado y me mira, confusa, y de pronto me doy cuenta de que estoy llorando.
-No es nada -contesto, enjugándome los ojos con el dorso de la mano.
-No me digas que eres una de esas borrachas sensibleras -dice, intentando bromear, pero sólo consigue avivar mi llanto-. Pues ya no beberás más. Toma, come algo. -Deja la botella detrás de una roca y me da la manzana, que sigue intacta-. Esta fiesta es muy aburrida. ¿A quién se le ocurre algo interesante?
-Si esto es un club, ¿no debería tener un nombre? -Pippa reclina la cabeza contra la roca, con los ojos brillantes por la bebida.
-¿Qué os parece las Señoritas de Spence? -sugiere Ann.
Felicity hace una mueca.
-Con ese nombre parecemos solteronas desdentadas.
Me río con excesiva estridencia, pero me alegro de que las lágrimas hayan cesado a pesar de que todavía me cuesta respirar con normalidad.
-Lo he dicho sin pensar -replica Ann con brusquedad. El whisky la ha envalentonado.
-No seas tan susceptible -le reprocha Felicity-. Toma, bebe un poco más.
Ann niega con la cabeza, pero Felicity sigue tendiéndole la botella, así que bebe otro trago con los labios apretados.
Pippa da una palmada.
-Ya lo sé: ¡podemos llamarnos las Damas de Shalott!
-¿Significa eso que nos moriremos? -pregunto, y me echo a reír descontroladamente.
Mi cabeza es una pluma al viento.
Felicity se ríe conmigo.
-Gemma tiene razón. Es demasiado deprimente.
Proponemos más nombres, riéndonos de los más extravagantes -las Princesas de Atenas, las Hijas de Perséfone- y gimiendo con los más terribles, como los Cuatro Vientos del Amor. Al final callamos, recostadas contra la roca. En las paredes, las diosas cazan y retozan, libres de preocupaciones, creadoras de sus propias reglas, castigadoras de intrusos.
-¿Por qué no nos llamamos la Orden? -pregunto.
Felicity yergue la espalda de manera tan súbita que segundos después todavía siento su calor junto a mí, rezagado como una estela.
-¡Es perfecto! Gemma, eres un genio.
Un poco avergonzada, retuerzo el rabillo de la manzana hasta partirlo. Felicity se lleva mi mano a la boca y muerde la fruta. Con los labios aún pegajosos y dulces, besa los míos. Tengo que cubrírmelos con los dedos para detener el cosquilleo y una sensación de rubor recorre todo mi cuerpo. Felicity, con su puño pálido, me levanta la mano que sostiene la manzana.
-Damas, os comunico que ha renacido la Orden.
-¡La Orden ha renacido! -repetimos, y el eco de nuestras voces se propaga en ondas por la cueva.
Incluso Pippa me abraza. Cobramos vida con nuestro nuevo secreto, con la sensación de que nos pertenecemos unas a otras y formamos parte de algo ajeno a ese monótono paso del tiempo en el que la rutina diaria es nuestra única aspiración. Me siento incluso más poderosa que después de tomar el whisky, y quiero seguir siempre así.
-¿Creéis que de verdad existió esa orden de mujeres? -pregunta Pippa.
Felicity lanza un bufido.
-No seas tonta, Pip; es solo un cuento de hadas.
-Era solo una pregunta, nada más -responde Pippa, dolida.
No quiero que el hechizo de esta noche se rompa tan pronto.
-¿Y si fuera verdad?
Saco el delgado diario encuadernado en piel y lo muestro sin pensar en lo que hago.
-¿Qué es eso? -pregunta Ann.
-El diario secreto de Mary Dowd.
Ann teme haberse perdido algo.
-¿Quién es Mary Dowd?
Les cuento lo que sé de Mary Dowd, de su amiga Sarah y de su participación en la Orden. Felicity me arranca el diario de las manos y las tres empiezan a leer, atónitas, volviendo las páginas cada vez más deprisa.
-¿Habéis llegado al momento en que entra en el jardín? -pregunto.
-Ya lo hemos pasado -contesta Felicity.
-¡Esperad! Yo sólo he llegado hasta ahí -protesto-. ¿Por dónde vais?
-El quince de marzo. Espera, ya lo leo yo en voz alta.

I.

-Oye, se me ha ocurrido una idea genial. ¿Por qué no creamos nuestra propia orden?
Me paro en seco.
-¿Y qué haríamos?
-Vivir.
Aliviada, sigo caminando.
-Eso ya lo hacemos.
-No, jugamos a su juego predeterminado. Pero, ¿y si tuviéramos un lugar donde sólo jugáramos con nuestras propias reglas?

martes, 29 de abril de 2014

IV.

La noche es aún más deprimente. Cae a cántaros una lluvia fría y dura, indicando que el verano ha acabado definitivamente. Un frío húmedo nos cala hasta los huesos y provoca dolor en los dedos, la espalda y el corazón. El estruendo de los truenos se acerca cada vez más, compitiendo con el redoble constante de la lluvia. Algún que otro relámpago atraviesa el cielo, propagando su luz con un chisporroteo humeante e iluminando la boca de la cueva. Estamos todas dentro. Mojadas. Ateridas de frío. Calladas. Tristes. Felicity está sentada en la roca chata, trenzando un mechón de pelo, destrenzándolo y volviendo a trenzarlo. Todo su fuego ha desaparecido, arrastrado a donde sea que la lluvia se lleve las cosas.
Arrebujada en su capa, Pippa va de un lado a otro, gimiendo.
-¡Tiene cincuenta años! ¡Es mayor que mi padre! Es demasiado horrible para pensarlo siquiera.
-Al menos alguien quiere casarse contigo. No eres una paria -Dice Ann, que aparta un momento la palma de la mano de encima de la llama de la vela.
La acerca cada vez más hasta que se ve obligada a retirarla rapidamente. Pero por su gesto de dolor sé que se ha quemado a propósito: está probando una vez más que todavía puede sentir algo.
-¿Por qué todo el mundo quiere ser mi dueño? -murmura Pippa. Se sostiene la cabeza con las manos-. ¿Por qué todos quieren controlar mi vida: mi aspecto, a quién veo, lo que hago o dejo de hacer? ¿Por qué no pueden dejarme en paz?
-Porque eres hermosa -contesta Ann, observando cómo el fuego le lame la palma de la mano-. La gente siempre piensa que puede poseer las cosas hermosas.
La risa de Pippa es amarga, está teñida de lágrimas.
-¡Ja! ¿Por qué las chicas piensan que basta con ser guapa para que se resuelvan todos los problemas? Ser guapa da problemas. Es horrible. Ojalá fuera otra persona.
Semejante comentario es un lujo: un comentario que sólo se pueden permitir las chicas guapas. Ann contesta a eso con un fuerte resoplido de incredulidad.
-¡De verdad! Ojalá fuera... Ojalá fuera tú, Ann.
Ann se queda tan atónita que deja la mano encima de la llama un segundo de más y la aparta con un grito ahogado.
-¿Por qué demonios prefieres ser yo?
Pippa exhala un suspiro.
-Porque no tienes que preocuparte por estas cosas. No eres la clase de chica a quien todo el mundo agobia, sin dejarle espacio para respirar. Nadie te quiere a su lado.
-¡Pippa! -exclamo.
-¿Qué? ¿Y ahora qué he dicho? -gime Pippa, incapaz de percatarse de su estúpida crueldad.
A Ann se le demuda el rostro, entrecierra los ojos, pero la vida la ha maltratado demasiado para decir nada, y Pippa es demasiado egoísta para darse cuenta.
-Te refieres a que no destaco -dice Ann en tono cansino.
-Eso -contesta Pippa, mirándome triunfalmente, porque al fin alguien en la cueva entiende su desgracia. Pero de pronto se da cuenta-. Ay, ay, Ann, no quería decir eso.
Ann cambia de mano y pone la izquierda encima de la vela.
-Ann, querida Ann. Debes perdonarme. No soy tan lista como tú. No quiero decir ni la mitad de las cosas que digo. -Pip abraza a Ann, que no soporta que nadie, sea quien sea, le preste atención; ni siquiera una chica que la considera un simple complemento, como el collar más adecuado o una cinta de pelo-. Vamos, cuéntanos un cuento. Leamos el diario de Mary Dowd.
-¿Para qué molestarnos en leerlo cuando sabemos cómo acaba? -dice Ann, volviendo a poner la mano encima de la vela-. Mueren en el incendio.
-¡Pues yo quiero leer el diario!
-Pippa, ¿no puedes prescindir esta noche? -digo con un suspiro-. No estamos de humor.
-Claro, tú puedes decirlo. ¡No es a ti a quien van a casar en contra de su voluntad!
Es cielo truena mientras estamos cada una sentada en su rincón, solas a pesar de la proximidad.
-¿Queréis que explique un cuento? ¿Uno nuevo y terrible? ¿De fantasmas?
La voz, un suave eco en la gran cueva, pertenece a Felicity. Se vuelve en la roca, nos mira, se rodea las rodillas dobladas con los brazos, acercándoselas al pecho.
-¿Estáis listas? ¿Empiezo? Había una vez cuatro chicas. Una era guapa. Otra era lista. Otra encantadora y la cuarta... -me mira- ... misteriosa. Pero estaban todas heridas. Había algo en ellas que les faltaba. Algo en la sangre. Grandes sueños. Ah, lo olvidaba. Lo siento, tenía que haberlo dicho antes: eran todas soñadoras, las cuatro.
-Felicity... -digo, porque, más que el cuento, empieza a asustarme ella.
-Queríais un cuento y voy a contaros uno. -Un relámpago ilumina las paredes de la cueva, bañándole la mitad del rostro de luz y la otra mitad de sombras-. Noche tras noche, las chicas se reunían. Y pecaban. ¿Sabéis en qué consistía ese pecado? ¿No? ¿Pippa? ¿Ann?
-Felicity. -Pippa parece preocupada-. Volvamos a la escuela a tomarnos una buena taza de té. Aquí hace demasiado frío.
La voz de Felicity se eleva y llena el espacio como el tañido de una campana.
-Su pecado consistía en que creían. Creían que podían ser diferentes. Especiales. Creían que podían cambiar lo que eran: chicas heridas, a quienes nadie quería. Marginadas. Estarían vivas, las adorarían, las necesitarían. Serían necesarias. Pero se equivocaban. Esto es un cuento de fantasmas, ¿os acordáis? Una tragedia.
Estalla otro relámpago, uno fuerte, cuya luz me permite ver que el rostro de Felicity está bañado en lágrimas y que le gotea la nariz.
-Fueron por mal camino. Las traicionaron sus propias esperanzas estúpidas. Las cosas no podían cambiar para ellas, porque en realidad no tenían nada de especial. Así que la vida las arrastró, las condujo, y ellas se dejaron llevar, ¿entendéis? Se fueron apagando hasta quedar reducidas a fantasmas vivientes, persiguiéndose entre sí. -La voz de Felicity es casi inaudible-. Y ya está. ¿Verdad que es el cuento más terrorífico que habéis oído?
La lluvia repiquetea implacablemente, mezclándose con el sonido ahogado de los sollozos de Felicity. Ann ha dejado de torturarse las manos. Ahora mira a través de la llama las paredes de la cueva, que muestran su historia, sin prometer nada. Pippa da vueltas a su anillo de compromiso con tal violencia que temo llegue a romperse el dedo.
Tal vez sea la lluvia constante lo que me vuelve loca. Tal vez sea pensar en la hermosa Pippa, casada con un hombre a quien no quiere, que no la quiere a ella, que sólo quiere comprarla. Tal vez sea imaginar a Ann sacrificando su voz por trabajar para aristócratas pomposos y sus insufribles hijos. O ver a Felicity intentando contener las lágrimas. Tal vez sea porque cada palabra que ha dicho es verdad.
Sea cual sea la razón, estoy buscando una escapatoria, estoy pensando en traer la magia de los reinos. Pensando en esas madres de hoy, con sus recargados vestidos y sus vidas vacías. Y estoy pensando en las palabras de mi madre advirtiéndome que aún no estoy lista para usar todos mis poderes.
-Ah, pero sí lo estoy, madre. Te lo aseguro.
Fuera se oyen más truenos, como una advertencia, como una oración. Alrededor, en la penumbra, están los símbolos tallados en la roca con el sudor y la sangre de mujeres que han vivido antes que nosotras. Me incitan susurrándome una sola palabra: «Cree».
Veo el resplandor del anillo no deseado de Pippa. Oigo el resuello de Ann. Siento la desesperación que presenta al silencio de su deseo sin formular.
«Tiene que haber algo mejor que esto.»
Mi voz se eleva hacia el techo invisible de la cueva como un ave que alza el vuelo.
-Hay una manera de cambiar las cosas...

Miedo.

¿Qué te da miedo?
¿Qué te pone la carne de gallina, te hace sudar las palmas de las manos, te corta el aliento y retiene el aire en tu pecho como una fiera enjaulada?
¿Es la oscuridad? ¿El recuerdo fugaz de un cuento infantil, de fantasmas, duendes y brujas ocultos en las sombras? ¿Es la manera de levantarse el viento justo antes de una tormenta, ese indicio de humedad en el aire que te empuja a volver corriendo a casa para refugiarte al amor de la lumbre?
¿O es algo más profundo, algo que causa más miedo, un monstruo en lo más hondo de tu ser que solamente has vislumbrado en parte, todo aquello que no conoces de tu alma donde los secretos se acumulan y adquieren un poder terrible, la oscuridad interior?
Si escuchas, te contaré una historia: una cuyos fantasmas no puedes ahuyentar con solo sentarte al calor de un fuego vivo. Te contaré la historia de cómo nos encontramos en un mundo donde se forjan los sueños, se elige el destino y la magia es tan real como las señales que dejas con las manos en la nieve. Te contaré cómo abrimos la caja de Pandora de nosotros mismos, catamos la libertad, nos manchamos el alma con sangre y con la posibilidad de elegir, y desatamos el horror en el mundo que destruyó nuestra querida Orden. Estas páginas son una confesión de todo lo que ha conducido a este amanecer frío y gris. Lo que sucederá a partir de ahora ya no lo sé.
¿Se te ha acelerado el corazón?
¿El horizonte parece nublarse?
¿Sientes que se te tensa la piel del cuello en espera de un beso que temes y a la vez necesitas?
¿Tendrás miedo?
¿Sabrás la verdad?

Mary Dowd, 7 de abril de 1871

lunes, 28 de abril de 2014

Y serás canción.

Llora una guitarra, sola en un rincón, le faltan tus dedos, tu calor. Un arpegio jura que tu alma echó a volar, en la eternidad te espera.
Y serás canción, acordes, guitarras y luz. Y serás canción y un verso hablará de ti. Y serás canción y tu alma hoy será mi voz.

sábado, 26 de abril de 2014

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El vacío que sientes al acabar un libro parecido a lo que sientes cuando encienden las luces en el cine.

miércoles, 23 de abril de 2014

Lluvia.

Podría escribir un libro entero sobre la lluvia. Sobre su repicoteo en mi ventana, sobre el rocío que deja en la mañana. Sobre como limpia el ambiente, sobre el amor que le brindamos unos, y el odio con el que le colman otros. Sobre lo bonita que vuelve la soledad, sobre la nostalgia que acompaña cada gota. Podría envidiar su libertad pero despreciar su corazón roto. Podría hablar de su olor, de su frío tacto sobre la piel, de la forma que tiene de cargar los besos de sentimiento. Puedo recomendaros la manía de salir a la calle siempre sin paraguas, de mojarse más en invierno que en verano. Podría hablaros de cuando llora el cielo. De los paseos con el orballo como única compañía. De como llena mi corazón los domigos. Del gélido viento que trae consigo. De los charcos que nos proporcionan unos segundos más de infancia cada vez que chapoteamos en ellos, hubo un tiempo en el que pensé que si lograba enturbiarlos todos el cielo me devolvería mi inocencia.
Envidio a la lluvia, porque va y viene cuando quiere, porque no le importa salir cuando llueve, porque está siempre mojada. La envidio porque ella es capaz de conocerte mejor que yo, de calarte el alma, de helarte el corazón y mezclarse con tus lágrimas.
La lluvia. La hermosa forma que tienen de llorar el sol y la luna por su amor imposible.

domingo, 20 de abril de 2014

¿Que si me baso en mi vida para escribir? No siempre. A veces está bien meterte en la piel de otro, aunque ese otro no exista. Experimentar sensaciones plasmándolas en un espacio en blanco, sea hoja o pantalla. No es necesario vivir algo en primera persona para sentirlo, la empatía es una buena vía para desahogarse. Sí, desahogarse de cosas que tú mismo provocas a propósito. Suena estúpido, ¿verdad? Para mí quejarse, gritar, llorar, reír o alegrarse son necesidades, y si no lo siento me lo invento. Sí, necesidad de sentir lo que no sientes. Llegados a esta conclusión podemos preguntarnos, ¿el amor existe o es otra invención de nuestra mente?