«Hoy Sarah y yo nos hemos portado mal y hemos entrado en los reinos sin dejarnos guiar por nuestras hermanas. Al principio, temíamos habernos extraviado, pues nos encontrábamos en un bosque neblinoso donde muchos espíritus perdidos, esas pobres almas en pena, nos pedían ayuda, pero todavía no podíamos hacer nada por ellos. Eugenia dice...»
-¡Eugenia! ¿Creéis que se refiere a la señora Spence? -pregunta Ann.
Todas la mandamos callar, y Felicity sigue.
-«Eugenia dice que no pueden irse hasta que su alma haya acabado su trabajo, ya sea en un plano u otro, y sólo entonces podrán descansar. Algunas de estas almas errantes nunca se liberan, y entonces se corrompen, convirtiéndose en espíritus oscuros capaces de toda clase de maldades. Son expulsadas a las Tierras Invernales, un reino de fuego y hielo y sombras, adonde sólo pueden ir las hermanas más fuertes y sabias, pues las almas oscuras de ese reino son capaces de suscitar mil anhelos. Te convierten en esclava del poder si no sabes utilizarlo y apartarlas de ti como hacen las mayores. Responder a uno de esos espíritus caídos, unirte a él, podría alterar el equilibrio de los reinos para siempre» -Felicity se interrumpe-. ¡Vamos, esto es el peor intento de escribir una novela gótica que he visto! Sólo faltan los crujidos en el suelo de un castillo y una heroína a punto de perder la virtud.
Pippa se endereza, riéndose.
-¡Sigamos leyendo a ver si ellas pierden la virtud!
-«Hoy estábamos otra vez en el jardín de la belleza donde los mejores deseos pueden hacerse realidad...» -continúa Felicity, y añade-: Esto ya me gusta más. Aquí seguro que hay algo carnal. «El brezo, con su dulce aroma, del color del vino, se mece bajo el cielo de tonos naranja y dorado. Nos pasamos horas tumbadas entre los arbustos, sin carecer de nada, transformando las hojas de hierba en mariposas solo con el roce de los dedos, haciendo realidad cuanto imaginábamos mediante la voluntad y el deseo. Las hermanas nos mostraron que podíamos conseguir cosas maravillosas, curaciones, conjuros para la belleza y el amor...»
-¡Ah, eso quiero saberlo yo! -exclama Pippa.
Felicity levanta la voz para hacerse oír, hasta que Pippa calla.
-«... para hacernos invisibles ante los demás, para doblegar la mente de los hombres a la voluntad de la Orden, influyendo en sus pensamientos y sueños hasta que sus destinos se presenten ante ellos como un dibujo en las estrellas de la noche. Estaba todo escrito en el Oráculo de las Runas. Bastaba el contacto de esos cristales con nuestras manos para crear un canal por el que fluía el universo con el ímpetu y la velocidad de un río. De hecho, su grandeza era tal que no pudimos quedarnos más de unos segundos. Pero cuando nos alejamos, habíamos cambiado por dentro. "Os habéis abierto", dijeron nuestras hermanas...»
Pippa se ríe.
-A lo mejor sí perdieron la virtud.
-¿Quieres dejarme acabar? -gruñe Felicity.
-«... y nosotras también lo notamos. Llevando nuestra pequeña magia dentro de nosotras, atravesamos el velo por el que entramos en este mundo. Nuestro primer intento ha tenido lugar en la cena. Sarah se ha quedado mirando su pan y su sopa miserables, ha cerrado los ojos y ha dicho que era faisán. Y en eso se ha convertido: tenía el mismo aspecto y el mismo sabor, del primero al último bocado. Estaba tan delicioso que Sarah, con sonrisa de satisfacción, ha pedido más.»
Absorta en mis pensamientos, no me doy cuenta de que Felicity ha parado de leer. No se oye nada salvo el goteo del agua por una pared.
-¿Dónde has encontrado esto?
Me mira como si yo fuera una delincuente.
«Pues, verás, una cría fantasmagórica me condujo en plena noche hasta él. ¿A ti nunca te ha pasado?»
-En la biblioteca -miento.
-¿Y de verdad de has creído lo que cuenta de la hora de las brujas de Spence? -Felicity me mira con expresión de desconcierto.
-No, claro que no -vuelvo a mentir-. Sólo quería divertirme con vosotras.
-Ah, la hora de las brujas de la Orden. ¿Cuándo es? ¿Justo antes de las vísperas o después de música?
Pippa se ríe de tal modo que resopla como un caballo. Es un gesto muy poco atractivo, y soy tan malvada que disfruto viéndoselo.
-¡Qué gracia! Eres muy aguda -digo, intentando aparentar buen humor cuando me siento hosca y humillada.
Felicity sostiene el diario en alto y adopta expresión seria.
-Me he abierto, hermanas. A partir de ahora, esto será nuestro libro sagrado. Empezaremos cada reunión con una lectura de este diario, un diario -me mira un momento- muy convincente y absolutamente verídico.
Al oírla, Pippa prorrumpe en carcajadas.
-¡Creo que es una idea espléndida! -Se le traba la lengua y dice «esplendlida».
-Oye, que es mío -digo, intentando coger el diario, pero Felicity lo guarda en el bolsillo.
-¿No has dicho que estaba en la biblioteca? -pregunta Ann.
-¡Ja! ¡Bien dicho, Ann!
Pippa le sonríe y empiezo a lamentar el inicio de esa amistad. Me he metido en este lío por mi propia mentira y ahora me encuentro sin el libro y sin el medio de comprender lo que me está pasando, el significado de mis visiones. Pero me es imposible recuperarlo sin contarles toda la verdad y no estoy dispuesta a eso hasta que yo misma lo haya entendido.
Ann vuelve a pasarme la botella y la rechazo con un gesto.
-Je ne voudrais pas le whiskey -digo arratrando las palabras en un francés espantoso.
-Tenemos que ayudarte con el francés, Gemma, antes de que LeFarge te degrade -dice Felicity.
-¿Y tú cómo sabes tanto francés? -pregunto, irritada.
-Para tu información, señorita Doyle, mi madre recibe en su famoso salón de París. -Pronuncia salon con acento francés-. Los mejores escritores de Europa han pasado por allí.
-¿Tu madre es francesa? -pregunto.
-No. Es inglesa, descendiente de los York. Y vive en París.
¿Por qué vivirá en París y no aquí, adonde vuelve su marido después de cumplir sus obligaciones para con Su Majestad?
-¿Es que tus padres no viven juntos?
Felicity me lanza una mirada feroz.
-Mi padre está casi siempre en el mar. Mi madre es una mujer hermosa. ¿Por qué no habría de disfrutar de la compañía de sus amigos en París?
No sé qué he dicho que pueda haberla molestado. Empiezo a disculparme pero Pippa me interrumpe.
-Ojalá mi madre recibiera en su salón. O hiciera algo interesante. Lo único que hace es volverme loca con sus críticas. «Pippa, ponte derecha. Así nunca conseguirás un marido.» O «Pippa, debemos mantener las apariencias en todo momento». O «Pippa, lo que pienses de ti misma no es ni la mitad de importante que lo que los demás digan de ti». Y para colmo está su último protegido, el señor Bumble, un hombre torpe e insulso.
-¿Quién es el señor Bumble? -pregunto.
-El amado de Pippa -contesta Felicity, alargando la palabra.
-¡No es mi amado! -grita Pippa.
-No, pero quiere serlo. Si no, ¿por qué está siempre en tu casa?
-¡Debe de tener al menos cincuenta años!
-Y debe de ser muy rico porque si no tu madre no te lo endilgaría.
-Para mi madre, el dinero es lo más importante de esta vida -explica Pipps con un suspiro-. No le gusta que mi padre juegue. Le da miedo que lo pierda todo. Por eso le preocupa tanto que me case con un rico.
-Seguro que te encontrará a alguien con un pie deforme y doce hijos, todos mayores que tú -dice Felicity, y se echa a reír.
Pippa se estremece.
-Deberíais ver algunos de los hombres que ha hecho desfilar ante mí. ¡Uno medía un metro veinte!
-¡No puede ser! -exclamo.
-Bueno, a lo mejor llegaba al metro y medio. -Pippa suelta una carcajada contagiosa y nos desternillamos de risa-. Otra vez me presentó a un hombre que no paró de pellizcarme el trasero mientras bailábamos. ¿Os lo imagináis? «Ah, qué vals tan bonito», y un pellizco. «¿Te apetece un ponche?» Otro pellizco. Los morados me duraron una semana.
Nuestros chillidos parecen sonidos animales, desenfrenados y salvajes. Se apagan hasta quedar reducidos a toses y murmullos.
-Ann y Gemma -dice Pippa-, vosotras no tenéis que preocuparos por madres imposibles que intentan controlar cada minuto de vuestras vidas. Sois afortunadas.
Me quedo sin aire en los pulmones. Felicity da una fuerte patada a Pippa en la espinilla.
-Oye, eso no ha estado bien, eh.
Pippa se frota la pierna de manera ostensible.
-No seas tan delicada -dice Felicity con malicia, pero cuando nuestras miradas se cruzan, veo en sus ojos un asomo de amabilidad y pienso por primera vez que quizá lleguemos a ser amigas de verdad.
-¡Qué asco!
Ann ha estado hojeando el diario. Sostiene una especie de ilustración, que enseguida tira como si le quemara las manos.
-¿Qué es?
Pippa se abalanza a cogerla, pues su curiosidad puede más que su orgullo. Nos inclinamos a su al rededor. Es el dibujo de una mujer con uvas en el pelo apareándose con un hombre cubierto de pieles de animal y una máscara con cuernos en la cabeza. La leyenda reza: «Los ritos de la primavera según Sara ReesToome».
Todas ahogamos un grito y decimos que es repugnante a la vez que intentamos verlo mejor.
-Creo que el hombre ya ha derramado -digo, soltando una risa tan aguda que ni siquiera yo la reconozco.
Sin ti tiritan de frío, los sueños de cada canción. Vamos a hundirnos que en las alturas viven las dudas.
lunes, 12 de mayo de 2014
II. (2)
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