miércoles, 30 de abril de 2014

II. (1)

Salimos sigilosamente poco después de medianoche y nos adentramos en el bosque a la luz de los faroles hasta llegar al oscuro seno de la cueva. Felicity enciende velas que ha robado de un armario. A los pocos minutos, el espacio está iluminado y los dibujos vuelven a danzar en las paredes de roca. En el inquietante resplandor, los cráneos de la diosa Morrigan se doblan y retuercen como seres vivos, obligándome a apartar la mirada.
-¡Uy, qué húmedo está esto! -dice Pippa, sentándose con cuidado en el suelo de la cueva. Felicity la ha convencido para que venga, y de momento no ha hecho más que quejarse por todo-. ¿A alguién se le ha ocurrido traer algo de comer? Me muero de hambre.
Mira a Ann, que ha sacado una manzana del bolsillo de la capa. Ann la sostiene en la mano mientras se debate en la duda: por un lado, el hambre; por otro, la necesidad de ser aceptada. Tras un minuto atroz, se la ofrece a Pippa.
-Puedes quedarte con mi manzana.
-Supongo que tendré que conformarme con eso -dice Pippa con un suspiro.
Tiende la mano, pero Felicity se le adelanta y agarra la manzana.
-Todavía no. Esto hay que hacerlo bien. Con un brindis.
Con ojos brillantes, Felicity saca de debajo de la enagua la botella de vino de la comunión. Los chillidos de placer de Pippa invaden el espacio cavernoso. Abraza a Felicity.
-¡Felicity, eres genial!
-Sí, ¿verdad?
Quiero decirles que fui yo quien arriesgó la vida, el cuerpo, el alma y la permanencia en la escuela para conseguir el vino, pero sé que sería inútil y que me tomarían por una resentida.
-¿Qué es eso? -pregunta Ann.
Felicity pone los ojos en blanco.
-Aceite de hígado de bacalao. ¿Qué crees que es?
Ann palidece.
-¿No será alcohol?
Pippa se lleva las manos a la garganta con gesto melodramático.
-¡Cielos, no!
Ann acaba de darse cuenta de dónde se ha metido. Intenta restar importancia a la situación siguiendo la broma.
-Las señoritas no beben alcohol -dice, remedando la voz afectada de la señora Nightwing.
Es una imitación perfecta, y todas nos echamos a reír. Encantada, Ann repite la broma una y otro vez hasta que deja de ser divertida y empieza a irritarnos.
-Ya basta -la reprende Felicity.
Ann se refugia otra vez tras su máscara.
-Desde luego la señora Nightwing no deja pasar una sola noche sin su jerez. Son tan hipócritas... A vuestra salud -brinda Pippa echando un trago generoso y muy poco femenino de la botella.
Se la pasa a Ann, que limpia la boca con la mano y vacila.
-Vamos, no muerde -dice Felicity.
-Nunca he bebido.
-¿Ah, no? ¡Qué sorpresa!
Pippa se ríe con fingido asombro, y no puedo evitar preguntarme qué pasaría si derramara el contenido de la botella sobre sus rizos perfectos.
Ann intenta devolver la botella, pero Felicity se mantiene firme.
-No te lo pedimos. Si no bebes, no podrás pertenecer al club. Tendrás que volver sola a Spence.
Ann la mira con los ojos muy abiertos. Las niñas mimadas no tienen ni idea de lo que supone para Ann violar las reglas. Si ellas se meten en un lío, casi siempre se las arreglan para salir impunes, pero para Ann una infracción puede suponer la ruina.
-Déjala en paz, Felicity.
-Eras tú quien quería que viniera, no nosotras -dice, mostrando su crueldad-. Se acabaron los favores. Si quiere estar en el club, tiene que beber. Y lo mismo te digo a ti.
-Bien, pues pásamela -contesto.
Me dan la botella.
-Y no vale volver a escupirlo en la botella -añade Felicity con todo provocador.
Al acercarme la botella a los labios, percibo un olor dulzón y áspero a la vez. Es un aroma intenso, mágico y prohibido. Me arde en la garganta y me hace toser y resoplar, como si alguien hubiera prendido mis pulmones con una cerilla.
-¡Ah, la sal de la vida! -exclama Felicity con una sonrisa diabólica, y todas ríen, incluída Ann, que así muestra su gratitud.
-¿Qué es? -pregunto con voz ronca.
No se parece en nada al vino que he tomado de las copas de mis padres; seguro que es algo que usan las criadas para limpiar los suelos o mezclar el barniz.
Nunca he visto a Felicity tan encantada.
-Whisky. Te has llevado sin querer la colección privada del reverendo Waite.
Se me saltan las lágrimas por el sabor acre, pero al menos vuelvo a respirar. Me recorre el cuerpo un sorprendente calor, unido a una agradable pesadez. Me gusta la sensación, pero Felicity ya me ha quitado la botella y se la ha dado a Ann, que toma la medicina como una buena chica, haciendo solo una ligera mueca por el sabor. Cuando Felicity bebe su trago, ya estamos todas iniciadas. Aunque todavía no sé muy bien en qué. Nos pasamos la botella unas cuantas veces más, hasta que los miembros nos flojean como a terneros recién nacidos. Me siento flotar. Podría seguir así días y días. Ahora el mundo real, con su sufrimiento y sus decepciones, es sólo una palpitación tras la membrana protectora que la ebriedad ha formado a nuestro al rededor. Está en algún lugar fuera de nosotras, a la espera, pero estamos demasiado aturdidas para preocuparnos. Mientras contemplo el brillo de las rocas y mis nuevas amigas hablan en susurros, me pregunto si es así como pasa los días mi padre, envuelto en su capullo de láudano. Sin dolor, sintiendo sólo el latido distante del recuerdo. La idea me inspira una tristeza insoportable, y me sumerjo en ella.
-¿Gemma? ¿Estás bien?
Es Felicity, que se ha acercado y me mira, confusa, y de pronto me doy cuenta de que estoy llorando.
-No es nada -contesto, enjugándome los ojos con el dorso de la mano.
-No me digas que eres una de esas borrachas sensibleras -dice, intentando bromear, pero sólo consigue avivar mi llanto-. Pues ya no beberás más. Toma, come algo. -Deja la botella detrás de una roca y me da la manzana, que sigue intacta-. Esta fiesta es muy aburrida. ¿A quién se le ocurre algo interesante?
-Si esto es un club, ¿no debería tener un nombre? -Pippa reclina la cabeza contra la roca, con los ojos brillantes por la bebida.
-¿Qué os parece las Señoritas de Spence? -sugiere Ann.
Felicity hace una mueca.
-Con ese nombre parecemos solteronas desdentadas.
Me río con excesiva estridencia, pero me alegro de que las lágrimas hayan cesado a pesar de que todavía me cuesta respirar con normalidad.
-Lo he dicho sin pensar -replica Ann con brusquedad. El whisky la ha envalentonado.
-No seas tan susceptible -le reprocha Felicity-. Toma, bebe un poco más.
Ann niega con la cabeza, pero Felicity sigue tendiéndole la botella, así que bebe otro trago con los labios apretados.
Pippa da una palmada.
-Ya lo sé: ¡podemos llamarnos las Damas de Shalott!
-¿Significa eso que nos moriremos? -pregunto, y me echo a reír descontroladamente.
Mi cabeza es una pluma al viento.
Felicity se ríe conmigo.
-Gemma tiene razón. Es demasiado deprimente.
Proponemos más nombres, riéndonos de los más extravagantes -las Princesas de Atenas, las Hijas de Perséfone- y gimiendo con los más terribles, como los Cuatro Vientos del Amor. Al final callamos, recostadas contra la roca. En las paredes, las diosas cazan y retozan, libres de preocupaciones, creadoras de sus propias reglas, castigadoras de intrusos.
-¿Por qué no nos llamamos la Orden? -pregunto.
Felicity yergue la espalda de manera tan súbita que segundos después todavía siento su calor junto a mí, rezagado como una estela.
-¡Es perfecto! Gemma, eres un genio.
Un poco avergonzada, retuerzo el rabillo de la manzana hasta partirlo. Felicity se lleva mi mano a la boca y muerde la fruta. Con los labios aún pegajosos y dulces, besa los míos. Tengo que cubrírmelos con los dedos para detener el cosquilleo y una sensación de rubor recorre todo mi cuerpo. Felicity, con su puño pálido, me levanta la mano que sostiene la manzana.
-Damas, os comunico que ha renacido la Orden.
-¡La Orden ha renacido! -repetimos, y el eco de nuestras voces se propaga en ondas por la cueva.
Incluso Pippa me abraza. Cobramos vida con nuestro nuevo secreto, con la sensación de que nos pertenecemos unas a otras y formamos parte de algo ajeno a ese monótono paso del tiempo en el que la rutina diaria es nuestra única aspiración. Me siento incluso más poderosa que después de tomar el whisky, y quiero seguir siempre así.
-¿Creéis que de verdad existió esa orden de mujeres? -pregunta Pippa.
Felicity lanza un bufido.
-No seas tonta, Pip; es solo un cuento de hadas.
-Era solo una pregunta, nada más -responde Pippa, dolida.
No quiero que el hechizo de esta noche se rompa tan pronto.
-¿Y si fuera verdad?
Saco el delgado diario encuadernado en piel y lo muestro sin pensar en lo que hago.
-¿Qué es eso? -pregunta Ann.
-El diario secreto de Mary Dowd.
Ann teme haberse perdido algo.
-¿Quién es Mary Dowd?
Les cuento lo que sé de Mary Dowd, de su amiga Sarah y de su participación en la Orden. Felicity me arranca el diario de las manos y las tres empiezan a leer, atónitas, volviendo las páginas cada vez más deprisa.
-¿Habéis llegado al momento en que entra en el jardín? -pregunto.
-Ya lo hemos pasado -contesta Felicity.
-¡Esperad! Yo sólo he llegado hasta ahí -protesto-. ¿Por dónde vais?
-El quince de marzo. Espera, ya lo leo yo en voz alta.

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