-Sería gracioso que a esta y a mí nos obligaran a casarnos con vosotros -dijo Corina, prorrumpiendo en una risita tan aguda que perforaba los tímpanos.
-Graciosísimo -dijo secamente Rafael, sin prorrumpir en nada.
-Para evitar complicaciones -esclarecí yo la oscura cuestión con una de mis ideas luminosas-, podemos decir que somos vuestras esposas.
Aunque en el interior del coche apenas había luz, los dos hombres nos miraron de un modo que me avergonzó. Fue una mirada muda, como todas las miradas, pero que decía muchas cosas. Entre ellas, las siguientes:
«¿De verdad crees, insensata, que podríais pasar por nuestras esposas legítimas?
»¿Es que no os habéis fijado en la pinta que tenéis?
»Con vuestros pelos teñidos y vuestras caritas, graciosas pero descaradas, apestáis desde muy lejos a aventurillas pasajeras. Vuestros vestidos son caros, pero les falta esa especia llamada distinción que condimenta la ropa de las chicas bien. Vuestros zapatos son buenos, pero sus tacones son exageradamente altos. Vuestro maquillaje es de las mejores marcas, pero os lo aplicáis en dosis excesivas.
»Además estáis siempre contentas, con una alegría demasiado ruidosa e impropia de una mujer casada. Porque el matrimonio es una cosa demasiado seria, que no permite estarse riendo a cada momento.
»Basta por lo tanto el más superficial de los vistazos para darse cuenta de que no sois nuestras esposas.
»Ni nosotros mismos nos atreveríamos a sostenerlo, porque nos daría vergüenza. Vergüenza de que pudieran pensar que unos hombres tan importantes como nosotros nos habíamos casado con unas mujercillas (que suena mejor que mujerzuelas, pero quiere decir lo mismo).
»Porque nosotros somos lo que la gente llama unos «vivalavirgen», pero a la hora del matrimonio también decimos: ¡Viva la virgen!
»Y elegimos una mujer absolutamente virginal.
»A nosotros no nos importa exhibirnos con chicas de vuestra clase, e incluso nos gusta presumir de nuestras conquistas. Pero procuramos que se sepa siempre lo que en realidad sois, y que nadie pueda confundiros con nuestras novias formales, ni con nuestras esposas auténticas. Porque algún día nos casaremos: y cuando lo hagamos será con mujeres recatadas y discretas, distinguidas y elegantes, dignas en una palabra de nuestra categoría social.»
Sin ti tiritan de frío, los sueños de cada canción. Vamos a hundirnos que en las alturas viven las dudas.
sábado, 13 de diciembre de 2014
Cuatro patas para un sueño.
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