En el albor de los tiempos O, la madre bruja, reinaba entre todas las tribus con la ayuda de la magia, imponiendo la paz a los guerreros, bendiciendo los frutos de la tierra y propiciando su unión con el fuego, el agua y el aire.
O era respetada por los hombres y los animales y su reinado era justo.
O era sabia y conocía todos los secretos que le permitían sanar a los enfermos y adivinar lo que aún no había acontecido.
O se comunicaba con los espíritus de los muertos, los animales y las plantas del bosque.
O vivía en armonía con la naturaleza y con los hombres y era amada por todos.
O era fértil y tuvo dos hijas muy bellas, Od y Om, a quienes transmitió su saber.
Om quiso aprender de su madre el poder curativo de las plantas y las raíces. Y a fuerza de paliar el sufrimiento de los mortales se familiarizó con la muerte y comprendió su piedad.
Od quiso aprender de su madre el arte de comunicarse con los espíritus del más allá. Y a fuerza de escuchar los lamentos de los muertos en pena, los que nunca hallaron la paz, concibió su miedo a morir.
Om amaba la vida puesto que no temía morir.
Od temía a la vida puesto que anhelaba vivir siempre.
Om fue fructífera y tuvo una hija, Omi, pero Od no quiso pasar por el trance del dolor del parto y se la robó una noche mientras Om dormía.
Od llevó a la pequeña ante su madre O para que la reconociera como suya, con el nombre de Odi.
O, que no quería que sus hijas se enfrentaran, aceptó la farsa con todo el dolor de su corazón puesto que Om era más generosa que su hermana y Od prometió criar y cuidar a Odi como hija suya.
Om estuvo triste un tiempo por la pérdida de Omi, pero pronto concibió otra niña, Oma, y perdonó la ofensa de Od.
Oma y Odi jugaron juntas, juntas aprendieron lo que sus madres les enseñaron y se intercambiaron sus conocimientos. Oma, gracias a Odi, se inició en las artes adivinatorias y aprendió a hablar con los espíritus. Odi, gracias a Oma, jugó con las pociones y los brebajes y aprendió el poder de las plantas, las raíces y las piedras.
Oma descubrió un día que los muertos habían confiado a Od el secreto de la inmortalidad si consumía la sangre sacrificada de los recién nacidos y de la niña que de transforma en mujer, y Oma, asustada, se lo explicó a su madre Om.
Om desconfió de su hermana y la espió. Supo que planeaba sacrificar a su hija Oma en el tránsito de su paso a mujer para beber su sangre y acceder a la inmortalidad.
Ése era el secreto que finalmente Od había usurpado a los muertos.
Om se sintió llena de indignación contra su hermana y la maldijo, maldijo a la hija que le dio para que fuese suya y la tierra que habitaba. Tomó a Oma y, sin despedirse de su madre para no apenarla, huyó lejos y se refugió en una cueva.
Mientras Om permaneció dentro de la cueva, escondida con su hija, la tierra dejó de fructificar. La nieve la cubrió con su manto, helando las cosechas, secando las hojas de los árboles y trayendo hambre y frío.
O se sentía cansada y deseaba transmitir el mando a una de sus hijas, pero ambas se hallaban enfrentadas, por ello no quiso ceder su cetro de poder a ninguna.
Mientras tanto, los guerreros de las tribus, que deseaban la guerra y debían acatar la paz que O imponía, supieron que la madre bruja era vieja, que su poder se debilitaba, y la acusaron del hambre, del frío y del primer invierno que había azotado sus vidas.
Los guerreros se reunieron secretamente y decidieron que había llegado el tiempo de los hombres. Los hombres desbancarían por fin la sabiduría y la magia de las mujeres y retornarían el poder a las armas y a la fuerza.
Y Od, resentida con su vieja madre que se negaba a concederle el poder del mando, se alió con los hombres guerreros y junto a ellos urdión un complot para apartar a O de su reinado.
O fue destronada, pero los hombres, unidos por las armas, decidieron que en su lugar no se sentara Od, sino un mago sinuoso, Shh, un hombre que usó la fuerza y usurpó el saber y el conocimiento de la madre bruja gracias al favor de Od.
Od, rabiosa por no reinar, exigió a Shh que desposase a su hija Odi y le entregase a todos los hijos e hijas que engendrasen. Ése era el tributo que exigía.
O lloró y lloró y su llanto tibio acabó por fundir la nieve y permitir que de la tierra tornasen a asomar los brotes de la vida.
Ése fue el momento en que Om salió de la cueva con su hija Oma convertida en mujer y ése fue el momento en el que de nuevo reinó la abundancia, calentó en sol, reverdecieron las plantas, los animales se reprodujeron y los frutos maduraron. La naturaleza se resarció de su largo letargo.
Pero Shh, con el beneplácito de Od, transformó las ceremonias de renacimiento y de vida en ceremonias de guerra y muerte oficiadas por Od. Todos los hijos varones de Odi fueron sacrificados al nacer y su sangre fue consumida por Od. Todos excepto uno, el primogénito, destinado a reinar. Las hijas, las muchas hijas que concibió Odi, las Odish, fueron educadas por Od en el miedo a la muerte, el odio a los hombres y a sus primas hermanas, las Omar.
Od les enseñó el secreto de la inmortalidad y las obligó a jurar su fidelidad y su misión de apropiarse de las hijas adolescentes de Oma para servirse del poder de su sangre.
Y Om, viendo a su alrededor tanto odio y tristeza, decidió que el castigo que merecía el reinado de su hermana sería de nuevo el invierno, el frío y el hambre.
O murió de pena y de tristeza maldiciendo a su hija Od. Antes de su muerte, sin embargo, lanzó su cetro de poder a las entrañas de la tierra, para que nadie lo poseyese, y escribió con su propia sangre la profecía de la bruja del cabello rojo que pondría fin a la guerra de las brujas hermanas.
Odi murió de dolor tras haber sufrido la muerte de tantos hijos y haber desgastado su cuerpo con tantos nacimientos. También con su sangre, escribió los últimos versículos alertando de la traición de la elegida, puesto que había sufrido la traición de sus propias hijas, las Odish.
Om murió rodeada de sus hijas y nietas y las alentó para vivir con la esperanza de la llegada de la bruja del cabello rojo que las vengaría a ellas y a sus descendientes.
Unas y otras soñaron con el cetro de poder que O escondió en las entrañas de la tierra, pero que nunca hallaron.
Tras la muerte de O, las mujeres de la tierra fueron apartadas de los Consejos, de las Ceremonias, de los Templos, de los lugares públicos y hasta del lecho de los enfermos. Los guerreros recluyeron a las mujeres en las casas, las privaron de la música, de la danza, del conocimiento de los libros y del saber de la naturaleza; les prohibieron acercarse a las armas bajo pena de muerte y las obligaban a cubrir su cuerpo y su cabeza por considerarlas impuras. Se las vilipendió y castigó públicamente cuando no acataban las órdenes de los hombres y se dictó un edicto para perseguir a las que practicaran la magia y se opusiesen a la voluntad de Shh.
También las hijas de Odi, las Odish, sufrieron el desprecio, la reclusión y la persecución de su padre y su hermano. Y por eso envenenaron a Shh y engañaron a su hermano enviándolo a la muerte a manos de otro guerrero ambicioso.
Así se sucedió una guerra tras otra, una traición tras otra, una persecución tras otra.
Oma y sus muchas hijas, que fueron llamadas Omar, continuaron ocultas aplicando calladamente sus artes curativas y mitigando el dolor de los que sufrían. Se refugiaron en los bosques, las cuevas, los valles junto a los arroyos y los cruces de los caminos, donde recogían cuantos regalos les brindara la naturaleza. Preparaban pociones y remedios para los dolores del cuerpo y aplicaban la fuerza de su mente y hechizos para aplacar los sufrimientos del espíritu. Acostumbradas a la persecución, se ocultaban durante el día y se reunían de noche en los claros del bosque, donde celebraban sus ceremonias con las danzas y los cantos que les habían sido prohibidos. Se acogieron al poder de la luna, que rige el ciclo femenino, fructifica la siembra y ordena las mareas, y prometieron ayudarse las unas a las otras sirviéndose de la telepatía y la lengua antigua para protegerse de la envidia de las Odish y el recelo de los hombres.
Fundaron las tribus Omar y a su vez sus hijas escogieron su clan entre los animales que pueblan la tierra. Aprendieron de sus tótems, su sabiduría, sus virtudes, su lengua y su espíritu. Las nietas fundaron los clanes de las gallinas, las liebres, las osas, las lobas, las águilas, y muchos más, se vincularon a sus linajes familiares y se dispersaron por el mundo. Allá donde llegaron fueron bien acogidas, ya que dispensaban amor y sabiduría. Fueron pitonisas, músicas, poetisas, herboristas o curanderas. Todas fueron fértiles y sensuales, y transmitieron su saber de madres a hijas ocultando su naturaleza a sus esposos y amantes.
En los tiempos oscuros muchas perecieron en el fuego, las otras soñaban con que llegara la elegida, la bruja del cabello rojo, la que acabaría con las Odish y pondría fin a la guerra de las brujas.
El tiempo, según las constelaciones, estaba cerca.
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