sábado, 31 de mayo de 2014

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La lluvia me habla de aquella noche en la que dijiste la mentira más bonita jamás contada.

martes, 20 de mayo de 2014

1214.

"Hasta nunca."
Esas fueron las últimas palabras que te dije. Lo último que oí de ti fue un "Vale" aceptando el destino que yo te imponía. No era para nada la reacción que esperaba. Después de tantas esperas, tantas conversaciones profundas y superfluas, tantas madrugadas con el otro como única compañía y tantos problemas e historias a nuestras espaldas, esperaba que me insistieras, o que al menos no estuvieras de acuerdo en perderme. Yo siempre me creí tus palabras. Durante dos años me tuviste dudando entre si te quería o no. Pero no puedo acusarte de nada, porque en cierto modo ambos sabíamos que era un juego, y que los juegos siempre tienen un vencedor y un ganador, y que estos se deciden al final, porque tiene que haber un final. Ambos sabíamos que no era real, pero necesitábamos palabras bonitas y pensar que había alguien, aunque fuera a quilómetros, que quería compartirlo todo con nosotros. Tantas veces soñé con verte y tantas veces suspiré leyendo tus mensajes. No supimos aprovechar las pocas veces que nos vimos, quizás porque el destino comprendió antes que nosotros que esto era un cruce de caminos en nuestra vida, como una conversación jobial con un agradable desconocido en un tren. En nuestro tren hacia ninguna parte.
Te habías convertido en alguien valioso para mí, algo que jamás pensé que podría llegar a pasar la primera vez que hablamos. Pues tus primeras palabras fueron tan vacías como las últimas. Nunca pensé que una persona como tú pudiera tener tantas preocupaciones e inquietudes. Si me gustabas era porque fuiste de los pocos que conocí con los que pude tener una conversación interesante, y también una conversación florero. En aquella época aún hablabas aquel dulce idioma. Tenías muchas cartas a tu favor y muchas cartas en tu contra, pero lo seguiste intentando. Lo intentaste aunque mientras tanto en tu vida entrara y saliera otra gente. Y yo también lo hice. Éramos una distracción nocturna a nuestra vida real. Éramos el Nunca Jamás del mundo de hoy en día. Quizás por eso nunca tuvimos algo serio. Porque no sabíamos. Entre tú y yo se había forjado algo tan real como imaginario. Eras mi mundo paralelo. Por eso nos prohibíamos en silencio intervenir en los asuntos del otro. En los asuntos del universo de verdad.
No puedo decir que haya estado enamorada de ti, ni que esta historia haya marcado un antes y un después en mi vida. Porque lo que pasó contigo fue algo más calmado, fue una historia a cámara lenta. Fuiste el decorado de fondo durante la obra de teatro cuando la atención se centraba en la actuación. Fuiste la base musical de la canción cuando la atención se centraba en la letra. Fuiste el murmullo del público en el cine, el olor a palomitas y el crujido de los asientos cuando la atención se centraba en la película. Pero te necesitaba. Y puede que haya un hueco en mi corazón que haya quedado vacío tras esa despedida y que aún te necesite.
O quizás el dolor de recordarte tampoco sea real.

Últimas palabras.

Ojalá grabaran las últimas palabras de la gente corriente. No pueden encontrarse ni en internet ni en las bibliotecas. Cuán insignificante es uno si no ha hecho algo que la sociedad valore, si no ha crecido ni tenido esa posibilidad, o si no ha disfrutado de las oportunidades que se les han brindado a otros. Entonces, las últimas palabras de uno carecen de importancia.

lunes, 12 de mayo de 2014

III.

Se supone que no debo usar mi poder. Se supone que no debo provocar las visiones voluntariamente. Los reinos han estado cerrados durante veinte años, pues lo que sucedió con Mary y Sarah lo cambió todo. Pero si no recorro ese camino, no volveré a ver a mi madre. Nunca sabré nada. En la boca del estómago, donde las intenciones se convierten en decisiones, sé que ya he emprendido ese camino incierto.
Eso barrunto mientras estoy sentada en la cueva oscura con las otras. El ambiente está bochornoso. La lluvia de la noche no ha refrescado el aire. De hecho, sólo ha servido para que el persistente calor se vuelva más pesado e insoportable.
Felicity lee la última entrada del diario de Mary, pero no me entero de gran cosa. Mi secreto va a darse a conocer esta noche, y todo mi ser está tenso por la espera.
Felicity cierra el diario.
-Bien, ¿qué pasa?
-Sí -dice Pippa con aspereza-. ¿Por qué no podías esperar hasta mañana?
-Porque no -contesto. Tengo los nervios a flor de piel. Todos los ruidos se amplifican en mis oídos-. ¿Y si os dijera que la Orden existe? ¿Que los reinos existen? -Respiro hondo-. ¿Y que sé llegar hasta allí?

II. (3)

-¿Qué están haciendo? -pregunta Ann.
-¡La mujer está tumbada pensando en Inglaterra! -dice Pippa, repitiendo lo que las madres inglesas dicen a sus hijas sobre el acto carnal. Se supone que no debemos disfrutar, sino sólo pensar en traer niños al mundo, en el futuro del imperio y en complacer a nuestros maridos. Por alguna razón, la cara que surge en mi pensamiento es la de Kartik. Esos ojos ribeteados de negro que se acercan y que me hacen abrir los labios. Siento un calor extraño en el estómago que se extiende por mi cuerpo.
-Ann, no me digas que no sabes lo que hacen los hombres y las mujeres cuando están juntos. ¿Quieres que te lo enseñe?
Felicity se baja de la roca y se arrastra a cuatro patas por el suelo, acercándose a Ann, que retrocede hasta que su espalda topa contra la pared.
-No, gracias -murmura.
Felicity se queda mirándola un momento y luego le da un lametón en la mejilla. Horrorizada, Ann se limpia con la mano. Felicity se ríe y, reclinándose contra una pequeña roca, estira los brazos por encima de la cabeza. Sus pechos turgentes se perfilan bajo el corpiño del vestido. Tiene la mirada fija en un punto más allá de nuestras cabezas.
-Yo tendré muchos hombres -comenta con naturalidad, como si hablara del tiempo, pero sin duda sabe que está diciendo algo escandaloso.
Pippa, que no sabe si reír o gritar, hace las dos cosas.
-Pero, Felicity, eso es vergonzoso.
Felicity huele sangre. Ha percibido nuestro malestar y no piensa dejar escapar la ocasión.
-Así es. ¡Hordas de hombres! Miembros del Parlamento y mozos de cuadra. Moros e irlandeses. ¡Duques venidos a menos! ¡Reyes!
Pippa se tapa los oídos con las manos.
-¡No! -exclama-. ¡No me digas nada más! -pero también se ríe. Le encanta el descaro de Felicity.
Felicity se ha levantado, ahora baila y da vueltas como una endemoniada.
-¡Tendré presidentes y grandes empresarios! ¡Actores y gitanos! ¡Poetas y artistas y hombres que morirán sólo por tocarme el dobladillo del vestido!
-¡Has olvidado a los príncipes! -grita Ann, con una pequeña sonrisa culpable.
-¡Príncipes! -grita Felicity con placer.
Coge a Ann de las manos y, con el pelo ondeando, la hace bailar en círculo.
Pippa se levanta y se une a ellas.
-¡Y trovadores!
-¡Y trovadores que cantan a los zafiros de mis ojos!
Yo también me uno a ellas, atrapada en la agitación general.
-¡No olvidéis a los malabaristas, acróbatas y almirantes!
Felicity se detiene y, con voz fría, dice:
-No, almirantes no.
-Lo siento, Felicity, no lo he dicho con mala intención -me disculpo, alisándome el vestido, mientras Pippa y Ann, incómodas, miran al suelo.
El silencio es pura electricidad entre nosotras: basta un gesto, una palabra equivocada, para que ardamos. Felicity tiene la botella. Bebe un largo trago, se agacha por la fuerza del whisky y con el dorso de la mano pálida se seca los labios, oscuros a causa de la bebida.
-¿Qué os parece si celebramos un ritual?
-¿Qué... qué clase de r-r-ritual?
Ann no se sa cuenta de que se ha alejado unos cuantos pasos de nosotras, aproximándose a la enorme boca de la cueva.
-Ya lo sé. ¡Podríamos hacer un juramento! -dice Pippa, muy ufana.
-Tiene que ser algo que nos comprometa más -dice Felicity con la mirada perdida-. Las promesas pueden olvidarse. Hagamos un ritual de sangre. Necesitamos algo afilado. -Sus ojos se posan en mi amuleto, que cuelga por fuera del vestido-. Eso nos sirve, creo.
Instintivamente, me llevo la mano al collar.
-¿Qué vas a hacer?
Felicity exhala un suspiro y pone los ojos en blanco con actitud teatral.
-Voy a sacarte las tripas y dejarlas en el jardín clavadas en una estaca como advertencia para las que llevan joyas grandes.
-Era de mi madre -digo.
Todas me miran con expectación. Al final, cedo a su muda presión y entrego el collar.
-Merci.
Felicity hace una reverencia. Con un rápido gesto, se acerca el borde de la luna a la yema del dedo y se lo clava. Enseguida mana sangre a borbotones.
-Toma -dice, manchándome las mejillas con su sangre-. Nos haremos la señal unas a otras. Será un pacto.
Le tiende el collar a Pippa, que hace una mueca.
-No me puedo creer que me propongas una cosa así. Es una salvajada. No soporto la sangre.
-Bien, en ese caso te lo haré yo. Cierra los ojos. -Felicity le corta la piel y Pippa lanza un alarido como si hubiese recibido una herida mortal-. ¡Santo cielo, todavía respiras! No seas boba. -Pasa los dedos de Pippa por las mejillas rubicundas de Ann.
Ann, por su parte, se limpia los dedos sangrientos en la piel de porcelana de Pippa.
-Por favor, daos prisa. Voy a vomitar. Lo sé -gimotea Pippa.
Por fin me toca a mí. El extremo afilado de la luna se cierne sobre mi dedo. Recuerdo el fragmento de un sueño: una tormenta, creo, y mi madre que grita, y yo tiendo la mano abierta, herida.
-Vamos -me insta Felicity-. No me digas que también tendré que hacértelo a ti.
-No -digo, y me clavo la punta en el dedo.
El dolor me recorre el brazo y un bufido escapa de mis labios. El pequeño corte enseguida empieza a sangrar. Me arde el dedo cuando lo froto con suavidad en los pómulos de Felicity, blancos como la nieve.
-Ya está -dice, mirándonos una por una, todas recién bautizadas a la luz de las velas-. Tended las manos. -Estira el brazo y ponemos las palmas encima de la suya-. Nos juramos lealtad mutua y nos comprometemos a mantener en secreto los ritos de nuestra Orden, saborear la libertad y no permitir que nadie nos traicione. Nadie. -Al decirlo, me mira a mí-. Éste es nuestro santuario. Y mientras estemos aquí, diremos solo la verdad. Juradlo.
-Lo juramos.
Felicity acerca una vela al centro.
-Que cada una diga sobre esta vela cuál es su mayor deseo y lo haga realidad.
Pippa coge la vela y declara con solemnidad:
-Encontrar el amor verdadero.
-¡Qué bobada! -dice Ann, intentando pasarle la vela a Felicity, que la rechaza.
-Tu mayor deseo, Ann -insiste Felicity.
Sin mirar a nadie, Ann dice:
-Ser hermosa.
Felicity agarra la vela con firmeza y proclama resueltamente:
-Deseo ser tan poderosa que nadie pueda pasarme por alto.
De pronto, la vela está en mi mano, la cera caliente gotea por los lados y me quema la piel antes de enfriarse y solidificarse en la muñeca. ¿Cuál es mi mayor deseo? Quieren la verdad, pero la respuesta más sincera que puedo dar es que me conozco tan poco que ni siquiera eso sé.
-Entenderme.
Esto parece satisfacerlas, pues Felicity recita:
-Ah, grandes diosas de estas paredes, concedednos nuestros mayores deseos.
Una brisa entra por la boca de la cueva y apaga la vela. Se nos corta la respiración.
-Creo que nos han oído -susurro.
Pippa se lleva la mano a la boca.
-Es una señal.
Felicity nos pasa la botella una última vez y bebemos.
-Por lo visto, las diosas nos han contestado. Por nuestra nueva vida. Bebed. La primera reunión de la Orden ha concluído. Volvamos antes de que las velas se consuman.

II. (2)

«Hoy Sarah y yo nos hemos portado mal y hemos entrado en los reinos sin dejarnos guiar por nuestras hermanas. Al principio, temíamos habernos extraviado, pues nos encontrábamos en un bosque neblinoso donde muchos espíritus perdidos, esas pobres almas en pena, nos pedían ayuda, pero todavía no podíamos hacer nada por ellos. Eugenia dice...»
-¡Eugenia! ¿Creéis que se refiere a la señora Spence? -pregunta Ann.
Todas la mandamos callar, y Felicity sigue.
-«Eugenia dice que no pueden irse hasta que su alma haya acabado su trabajo, ya sea en un plano u otro, y sólo entonces podrán descansar. Algunas de estas almas errantes nunca se liberan, y entonces se corrompen, convirtiéndose en espíritus oscuros capaces de toda clase de maldades. Son expulsadas a las Tierras Invernales, un reino de fuego y hielo y sombras, adonde sólo pueden ir las hermanas más fuertes y sabias, pues las almas oscuras de ese reino son capaces de suscitar mil anhelos. Te convierten en esclava del poder si no sabes utilizarlo y apartarlas de ti como hacen las mayores. Responder a uno de esos espíritus caídos, unirte a él, podría alterar el equilibrio de los reinos para siempre» -Felicity se interrumpe-. ¡Vamos, esto es el peor intento de escribir una novela gótica que he visto! Sólo faltan los crujidos en el suelo de un castillo y una heroína a punto de perder la virtud.
Pippa se endereza, riéndose.
-¡Sigamos leyendo a ver si ellas pierden la virtud!
-«Hoy estábamos otra vez en el jardín de la belleza donde los mejores deseos pueden hacerse realidad...» -continúa Felicity, y añade-: Esto ya me gusta más. Aquí seguro que hay algo carnal. «El brezo, con su dulce aroma, del color del vino, se mece bajo el cielo de tonos naranja y dorado. Nos pasamos horas tumbadas entre los arbustos, sin carecer de nada, transformando las hojas de hierba en mariposas solo con el roce de los dedos, haciendo realidad cuanto imaginábamos mediante la voluntad y el deseo. Las hermanas nos mostraron que podíamos conseguir cosas maravillosas, curaciones, conjuros para la belleza y el amor...»
-¡Ah, eso quiero saberlo yo! -exclama Pippa.
Felicity levanta la voz para hacerse oír, hasta que Pippa calla.
-«... para hacernos invisibles ante los demás, para doblegar la mente de los hombres a la voluntad de la Orden, influyendo en sus pensamientos y sueños hasta que sus destinos se presenten ante ellos como un dibujo en las estrellas de la noche. Estaba todo escrito en el Oráculo de las Runas. Bastaba el contacto de esos cristales con nuestras manos para crear un canal por el que fluía el universo con el ímpetu y la velocidad de un río. De hecho, su grandeza era tal que no pudimos quedarnos más de unos segundos. Pero cuando nos alejamos, habíamos cambiado por dentro. "Os habéis abierto", dijeron nuestras hermanas...»
Pippa se ríe.
-A lo mejor sí perdieron la virtud.
-¿Quieres dejarme acabar? -gruñe Felicity.
-«... y nosotras también lo notamos. Llevando nuestra pequeña magia dentro de nosotras, atravesamos el velo por el que entramos en este mundo. Nuestro primer intento ha tenido lugar en la cena. Sarah se ha quedado mirando su pan y su sopa miserables, ha cerrado los ojos y ha dicho que era faisán. Y en eso se ha convertido: tenía el mismo aspecto y el mismo sabor, del primero al último bocado. Estaba tan delicioso que Sarah, con sonrisa de satisfacción, ha pedido más.»
Absorta en mis pensamientos, no me doy cuenta de que Felicity ha parado de leer. No se oye nada salvo el goteo del agua por una pared.
-¿Dónde has encontrado esto?
Me mira como si yo fuera una delincuente.
«Pues, verás, una cría fantasmagórica me condujo en plena noche hasta él. ¿A ti nunca te ha pasado?»
-En la biblioteca -miento.
-¿Y de verdad de has creído lo que cuenta de la hora de las brujas de Spence? -Felicity me mira con expresión de desconcierto.
-No, claro que no -vuelvo a mentir-. Sólo quería divertirme con vosotras.
-Ah, la hora de las brujas de la Orden. ¿Cuándo es? ¿Justo antes de las vísperas o después de música?
Pippa se ríe de tal modo que resopla como un caballo. Es un gesto muy poco atractivo, y soy tan malvada que disfruto viéndoselo.
-¡Qué gracia! Eres muy aguda -digo, intentando aparentar buen humor cuando me siento hosca y humillada.
Felicity sostiene el diario en alto y adopta expresión seria.
-Me he abierto, hermanas. A partir de ahora, esto será nuestro libro sagrado. Empezaremos cada reunión con una lectura de este diario, un diario -me mira un momento- muy convincente y absolutamente verídico.
Al oírla, Pippa prorrumpe en carcajadas.
-¡Creo que es una idea espléndida! -Se le traba la lengua y dice «esplendlida».
-Oye, que es mío -digo, intentando coger el diario, pero Felicity lo guarda en el bolsillo.
-¿No has dicho que estaba en la biblioteca? -pregunta Ann.
-¡Ja! ¡Bien dicho, Ann!
Pippa le sonríe y empiezo a lamentar el inicio de esa amistad. Me he metido en este lío por mi propia mentira y ahora me encuentro sin el libro y sin el medio de comprender lo que me está pasando, el significado de mis visiones. Pero me es imposible recuperarlo sin contarles toda la verdad y no estoy dispuesta a eso hasta que yo misma lo haya entendido.
Ann vuelve a pasarme la botella y la rechazo con un gesto.
-Je ne voudrais pas le whiskey -digo arratrando las palabras en un francés espantoso.
-Tenemos que ayudarte con el francés, Gemma, antes de que LeFarge te degrade -dice Felicity.
-¿Y tú cómo sabes tanto francés? -pregunto, irritada.
-Para tu información, señorita Doyle, mi madre recibe en su famoso salón de París. -Pronuncia salon con acento francés-. Los mejores escritores de Europa han pasado por allí.
-¿Tu madre es francesa? -pregunto.
-No. Es inglesa, descendiente de los York. Y vive en París.
¿Por qué vivirá en París y no aquí, adonde vuelve su marido después de cumplir sus obligaciones para con Su Majestad?
-¿Es que tus padres no viven juntos?
Felicity me lanza una mirada feroz.
-Mi padre está casi siempre en el mar. Mi madre es una mujer hermosa. ¿Por qué no habría de disfrutar de la compañía de sus amigos en París?
No sé qué he dicho que pueda haberla molestado. Empiezo a disculparme pero Pippa me interrumpe.
-Ojalá mi madre recibiera en su salón. O hiciera algo interesante. Lo único que hace es volverme loca con sus críticas. «Pippa, ponte derecha. Así nunca conseguirás un marido.» O «Pippa, debemos mantener las apariencias en todo momento». O «Pippa, lo que pienses de ti misma no es ni la mitad de importante que lo que los demás digan de ti». Y para colmo está su último protegido, el señor Bumble, un hombre torpe e insulso.
-¿Quién es el señor Bumble? -pregunto.
-El amado de Pippa -contesta Felicity, alargando la palabra.
-¡No es mi amado! -grita Pippa.
-No, pero quiere serlo. Si no, ¿por qué está siempre en tu casa?
-¡Debe de tener al menos cincuenta años!
-Y debe de ser muy rico porque si no tu madre no te lo endilgaría.
-Para mi madre, el dinero es lo más importante de esta vida -explica Pipps con un suspiro-. No le gusta que mi padre juegue. Le da miedo que lo pierda todo. Por eso le preocupa tanto que me case con un rico.
-Seguro que te encontrará a alguien con un pie deforme y doce hijos, todos mayores que tú -dice Felicity, y se echa a reír.
Pippa se estremece.
-Deberíais ver algunos de los hombres que ha hecho desfilar ante mí. ¡Uno medía un metro veinte!
-¡No puede ser! -exclamo.
-Bueno, a lo mejor llegaba al metro y medio. -Pippa suelta una carcajada contagiosa y nos desternillamos de risa-. Otra vez me presentó a un hombre que no paró de pellizcarme el trasero mientras bailábamos. ¿Os lo imagináis? «Ah, qué vals tan bonito», y un pellizco. «¿Te apetece un ponche?» Otro pellizco. Los morados me duraron una semana.
Nuestros chillidos parecen sonidos animales, desenfrenados y salvajes. Se apagan hasta quedar reducidos a toses y murmullos.
-Ann y Gemma -dice Pippa-, vosotras no tenéis que preocuparos por madres imposibles que intentan controlar cada minuto de vuestras vidas. Sois afortunadas.
Me quedo sin aire en los pulmones. Felicity da una fuerte patada a Pippa en la espinilla.
-Oye, eso no ha estado bien, eh.
Pippa se frota la pierna de manera ostensible.
-No seas tan delicada -dice Felicity con malicia, pero cuando nuestras miradas se cruzan, veo en sus ojos un asomo de amabilidad y pienso por primera vez que quizá lleguemos a ser amigas de verdad.
-¡Qué asco!
Ann ha estado hojeando el diario. Sostiene una especie de ilustración, que enseguida tira como si le quemara las manos.
-¿Qué es?
Pippa se abalanza a cogerla, pues su curiosidad puede más que su orgullo. Nos inclinamos a su al rededor. Es el dibujo de una mujer con uvas en el pelo apareándose con un hombre cubierto de pieles de animal y una máscara con cuernos en la cabeza. La leyenda reza: «Los ritos de la primavera según Sara ReesToome».
Todas ahogamos un grito y decimos que es repugnante a la vez que intentamos verlo mejor.
-Creo que el hombre ya ha derramado -digo, soltando una risa tan aguda que ni siquiera yo la reconozco.