Salimos sigilosamente poco después de medianoche y nos adentramos en el bosque a la luz de los faroles hasta llegar al oscuro seno de la cueva. Felicity enciende velas que ha robado de un armario. A los pocos minutos, el espacio está iluminado y los dibujos vuelven a danzar en las paredes de roca. En el inquietante resplandor, los cráneos de la diosa Morrigan se doblan y retuercen como seres vivos, obligándome a apartar la mirada.
-¡Uy, qué húmedo está esto! -dice Pippa, sentándose con cuidado en el suelo de la cueva. Felicity la ha convencido para que venga, y de momento no ha hecho más que quejarse por todo-. ¿A alguién se le ha ocurrido traer algo de comer? Me muero de hambre.
Mira a Ann, que ha sacado una manzana del bolsillo de la capa. Ann la sostiene en la mano mientras se debate en la duda: por un lado, el hambre; por otro, la necesidad de ser aceptada. Tras un minuto atroz, se la ofrece a Pippa.
-Puedes quedarte con mi manzana.
-Supongo que tendré que conformarme con eso -dice Pippa con un suspiro.
Tiende la mano, pero Felicity se le adelanta y agarra la manzana.
-Todavía no. Esto hay que hacerlo bien. Con un brindis.
Con ojos brillantes, Felicity saca de debajo de la enagua la botella de vino de la comunión. Los chillidos de placer de Pippa invaden el espacio cavernoso. Abraza a Felicity.
-¡Felicity, eres genial!
-Sí, ¿verdad?
Quiero decirles que fui yo quien arriesgó la vida, el cuerpo, el alma y la permanencia en la escuela para conseguir el vino, pero sé que sería inútil y que me tomarían por una resentida.
-¿Qué es eso? -pregunta Ann.
Felicity pone los ojos en blanco.
-Aceite de hígado de bacalao. ¿Qué crees que es?
Ann palidece.
-¿No será alcohol?
Pippa se lleva las manos a la garganta con gesto melodramático.
-¡Cielos, no!
Ann acaba de darse cuenta de dónde se ha metido. Intenta restar importancia a la situación siguiendo la broma.
-Las señoritas no beben alcohol -dice, remedando la voz afectada de la señora Nightwing.
Es una imitación perfecta, y todas nos echamos a reír. Encantada, Ann repite la broma una y otro vez hasta que deja de ser divertida y empieza a irritarnos.
-Ya basta -la reprende Felicity.
Ann se refugia otra vez tras su máscara.
-Desde luego la señora Nightwing no deja pasar una sola noche sin su jerez. Son tan hipócritas... A vuestra salud -brinda Pippa echando un trago generoso y muy poco femenino de la botella.
Se la pasa a Ann, que limpia la boca con la mano y vacila.
-Vamos, no muerde -dice Felicity.
-Nunca he bebido.
-¿Ah, no? ¡Qué sorpresa!
Pippa se ríe con fingido asombro, y no puedo evitar preguntarme qué pasaría si derramara el contenido de la botella sobre sus rizos perfectos.
Ann intenta devolver la botella, pero Felicity se mantiene firme.
-No te lo pedimos. Si no bebes, no podrás pertenecer al club. Tendrás que volver sola a Spence.
Ann la mira con los ojos muy abiertos. Las niñas mimadas no tienen ni idea de lo que supone para Ann violar las reglas. Si ellas se meten en un lío, casi siempre se las arreglan para salir impunes, pero para Ann una infracción puede suponer la ruina.
-Déjala en paz, Felicity.
-Eras tú quien quería que viniera, no nosotras -dice, mostrando su crueldad-. Se acabaron los favores. Si quiere estar en el club, tiene que beber. Y lo mismo te digo a ti.
-Bien, pues pásamela -contesto.
Me dan la botella.
-Y no vale volver a escupirlo en la botella -añade Felicity con todo provocador.
Al acercarme la botella a los labios, percibo un olor dulzón y áspero a la vez. Es un aroma intenso, mágico y prohibido. Me arde en la garganta y me hace toser y resoplar, como si alguien hubiera prendido mis pulmones con una cerilla.
-¡Ah, la sal de la vida! -exclama Felicity con una sonrisa diabólica, y todas ríen, incluída Ann, que así muestra su gratitud.
-¿Qué es? -pregunto con voz ronca.
No se parece en nada al vino que he tomado de las copas de mis padres; seguro que es algo que usan las criadas para limpiar los suelos o mezclar el barniz.
Nunca he visto a Felicity tan encantada.
-Whisky. Te has llevado sin querer la colección privada del reverendo Waite.
Se me saltan las lágrimas por el sabor acre, pero al menos vuelvo a respirar. Me recorre el cuerpo un sorprendente calor, unido a una agradable pesadez. Me gusta la sensación, pero Felicity ya me ha quitado la botella y se la ha dado a Ann, que toma la medicina como una buena chica, haciendo solo una ligera mueca por el sabor. Cuando Felicity bebe su trago, ya estamos todas iniciadas. Aunque todavía no sé muy bien en qué. Nos pasamos la botella unas cuantas veces más, hasta que los miembros nos flojean como a terneros recién nacidos. Me siento flotar. Podría seguir así días y días. Ahora el mundo real, con su sufrimiento y sus decepciones, es sólo una palpitación tras la membrana protectora que la ebriedad ha formado a nuestro al rededor. Está en algún lugar fuera de nosotras, a la espera, pero estamos demasiado aturdidas para preocuparnos. Mientras contemplo el brillo de las rocas y mis nuevas amigas hablan en susurros, me pregunto si es así como pasa los días mi padre, envuelto en su capullo de láudano. Sin dolor, sintiendo sólo el latido distante del recuerdo. La idea me inspira una tristeza insoportable, y me sumerjo en ella.
-¿Gemma? ¿Estás bien?
Es Felicity, que se ha acercado y me mira, confusa, y de pronto me doy cuenta de que estoy llorando.
-No es nada -contesto, enjugándome los ojos con el dorso de la mano.
-No me digas que eres una de esas borrachas sensibleras -dice, intentando bromear, pero sólo consigue avivar mi llanto-. Pues ya no beberás más. Toma, come algo. -Deja la botella detrás de una roca y me da la manzana, que sigue intacta-. Esta fiesta es muy aburrida. ¿A quién se le ocurre algo interesante?
-Si esto es un club, ¿no debería tener un nombre? -Pippa reclina la cabeza contra la roca, con los ojos brillantes por la bebida.
-¿Qué os parece las Señoritas de Spence? -sugiere Ann.
Felicity hace una mueca.
-Con ese nombre parecemos solteronas desdentadas.
Me río con excesiva estridencia, pero me alegro de que las lágrimas hayan cesado a pesar de que todavía me cuesta respirar con normalidad.
-Lo he dicho sin pensar -replica Ann con brusquedad. El whisky la ha envalentonado.
-No seas tan susceptible -le reprocha Felicity-. Toma, bebe un poco más.
Ann niega con la cabeza, pero Felicity sigue tendiéndole la botella, así que bebe otro trago con los labios apretados.
Pippa da una palmada.
-Ya lo sé: ¡podemos llamarnos las Damas de Shalott!
-¿Significa eso que nos moriremos? -pregunto, y me echo a reír descontroladamente.
Mi cabeza es una pluma al viento.
Felicity se ríe conmigo.
-Gemma tiene razón. Es demasiado deprimente.
Proponemos más nombres, riéndonos de los más extravagantes -las Princesas de Atenas, las Hijas de Perséfone- y gimiendo con los más terribles, como los Cuatro Vientos del Amor. Al final callamos, recostadas contra la roca. En las paredes, las diosas cazan y retozan, libres de preocupaciones, creadoras de sus propias reglas, castigadoras de intrusos.
-¿Por qué no nos llamamos la Orden? -pregunto.
Felicity yergue la espalda de manera tan súbita que segundos después todavía siento su calor junto a mí, rezagado como una estela.
-¡Es perfecto! Gemma, eres un genio.
Un poco avergonzada, retuerzo el rabillo de la manzana hasta partirlo. Felicity se lleva mi mano a la boca y muerde la fruta. Con los labios aún pegajosos y dulces, besa los míos. Tengo que cubrírmelos con los dedos para detener el cosquilleo y una sensación de rubor recorre todo mi cuerpo. Felicity, con su puño pálido, me levanta la mano que sostiene la manzana.
-Damas, os comunico que ha renacido la Orden.
-¡La Orden ha renacido! -repetimos, y el eco de nuestras voces se propaga en ondas por la cueva.
Incluso Pippa me abraza. Cobramos vida con nuestro nuevo secreto, con la sensación de que nos pertenecemos unas a otras y formamos parte de algo ajeno a ese monótono paso del tiempo en el que la rutina diaria es nuestra única aspiración. Me siento incluso más poderosa que después de tomar el whisky, y quiero seguir siempre así.
-¿Creéis que de verdad existió esa orden de mujeres? -pregunta Pippa.
Felicity lanza un bufido.
-No seas tonta, Pip; es solo un cuento de hadas.
-Era solo una pregunta, nada más -responde Pippa, dolida.
No quiero que el hechizo de esta noche se rompa tan pronto.
-¿Y si fuera verdad?
Saco el delgado diario encuadernado en piel y lo muestro sin pensar en lo que hago.
-¿Qué es eso? -pregunta Ann.
-El diario secreto de Mary Dowd.
Ann teme haberse perdido algo.
-¿Quién es Mary Dowd?
Les cuento lo que sé de Mary Dowd, de su amiga Sarah y de su participación en la Orden. Felicity me arranca el diario de las manos y las tres empiezan a leer, atónitas, volviendo las páginas cada vez más deprisa.
-¿Habéis llegado al momento en que entra en el jardín? -pregunto.
-Ya lo hemos pasado -contesta Felicity.
-¡Esperad! Yo sólo he llegado hasta ahí -protesto-. ¿Por dónde vais?
-El quince de marzo. Espera, ya lo leo yo en voz alta.
Sin ti tiritan de frío, los sueños de cada canción. Vamos a hundirnos que en las alturas viven las dudas.
miércoles, 30 de abril de 2014
II. (1)
I.
-Oye, se me ha ocurrido una idea genial. ¿Por qué no creamos nuestra propia orden?
Me paro en seco.
-¿Y qué haríamos?
-Vivir.
Aliviada, sigo caminando.
-Eso ya lo hacemos.
-No, jugamos a su juego predeterminado. Pero, ¿y si tuviéramos un lugar donde sólo jugáramos con nuestras propias reglas?
martes, 29 de abril de 2014
IV.
La noche es aún más deprimente. Cae a cántaros una lluvia fría y dura, indicando que el verano ha acabado definitivamente. Un frío húmedo nos cala hasta los huesos y provoca dolor en los dedos, la espalda y el corazón. El estruendo de los truenos se acerca cada vez más, compitiendo con el redoble constante de la lluvia. Algún que otro relámpago atraviesa el cielo, propagando su luz con un chisporroteo humeante e iluminando la boca de la cueva. Estamos todas dentro. Mojadas. Ateridas de frío. Calladas. Tristes. Felicity está sentada en la roca chata, trenzando un mechón de pelo, destrenzándolo y volviendo a trenzarlo. Todo su fuego ha desaparecido, arrastrado a donde sea que la lluvia se lleve las cosas.
Arrebujada en su capa, Pippa va de un lado a otro, gimiendo.
-¡Tiene cincuenta años! ¡Es mayor que mi padre! Es demasiado horrible para pensarlo siquiera.
-Al menos alguien quiere casarse contigo. No eres una paria -Dice Ann, que aparta un momento la palma de la mano de encima de la llama de la vela.
La acerca cada vez más hasta que se ve obligada a retirarla rapidamente. Pero por su gesto de dolor sé que se ha quemado a propósito: está probando una vez más que todavía puede sentir algo.
-¿Por qué todo el mundo quiere ser mi dueño? -murmura Pippa. Se sostiene la cabeza con las manos-. ¿Por qué todos quieren controlar mi vida: mi aspecto, a quién veo, lo que hago o dejo de hacer? ¿Por qué no pueden dejarme en paz?
-Porque eres hermosa -contesta Ann, observando cómo el fuego le lame la palma de la mano-. La gente siempre piensa que puede poseer las cosas hermosas.
La risa de Pippa es amarga, está teñida de lágrimas.
-¡Ja! ¿Por qué las chicas piensan que basta con ser guapa para que se resuelvan todos los problemas? Ser guapa da problemas. Es horrible. Ojalá fuera otra persona.
Semejante comentario es un lujo: un comentario que sólo se pueden permitir las chicas guapas. Ann contesta a eso con un fuerte resoplido de incredulidad.
-¡De verdad! Ojalá fuera... Ojalá fuera tú, Ann.
Ann se queda tan atónita que deja la mano encima de la llama un segundo de más y la aparta con un grito ahogado.
-¿Por qué demonios prefieres ser yo?
Pippa exhala un suspiro.
-Porque no tienes que preocuparte por estas cosas. No eres la clase de chica a quien todo el mundo agobia, sin dejarle espacio para respirar. Nadie te quiere a su lado.
-¡Pippa! -exclamo.
-¿Qué? ¿Y ahora qué he dicho? -gime Pippa, incapaz de percatarse de su estúpida crueldad.
A Ann se le demuda el rostro, entrecierra los ojos, pero la vida la ha maltratado demasiado para decir nada, y Pippa es demasiado egoísta para darse cuenta.
-Te refieres a que no destaco -dice Ann en tono cansino.
-Eso -contesta Pippa, mirándome triunfalmente, porque al fin alguien en la cueva entiende su desgracia. Pero de pronto se da cuenta-. Ay, ay, Ann, no quería decir eso.
Ann cambia de mano y pone la izquierda encima de la vela.
-Ann, querida Ann. Debes perdonarme. No soy tan lista como tú. No quiero decir ni la mitad de las cosas que digo. -Pip abraza a Ann, que no soporta que nadie, sea quien sea, le preste atención; ni siquiera una chica que la considera un simple complemento, como el collar más adecuado o una cinta de pelo-. Vamos, cuéntanos un cuento. Leamos el diario de Mary Dowd.
-¿Para qué molestarnos en leerlo cuando sabemos cómo acaba? -dice Ann, volviendo a poner la mano encima de la vela-. Mueren en el incendio.
-¡Pues yo quiero leer el diario!
-Pippa, ¿no puedes prescindir esta noche? -digo con un suspiro-. No estamos de humor.
-Claro, tú puedes decirlo. ¡No es a ti a quien van a casar en contra de su voluntad!
Es cielo truena mientras estamos cada una sentada en su rincón, solas a pesar de la proximidad.
-¿Queréis que explique un cuento? ¿Uno nuevo y terrible? ¿De fantasmas?
La voz, un suave eco en la gran cueva, pertenece a Felicity. Se vuelve en la roca, nos mira, se rodea las rodillas dobladas con los brazos, acercándoselas al pecho.
-¿Estáis listas? ¿Empiezo? Había una vez cuatro chicas. Una era guapa. Otra era lista. Otra encantadora y la cuarta... -me mira- ... misteriosa. Pero estaban todas heridas. Había algo en ellas que les faltaba. Algo en la sangre. Grandes sueños. Ah, lo olvidaba. Lo siento, tenía que haberlo dicho antes: eran todas soñadoras, las cuatro.
-Felicity... -digo, porque, más que el cuento, empieza a asustarme ella.
-Queríais un cuento y voy a contaros uno. -Un relámpago ilumina las paredes de la cueva, bañándole la mitad del rostro de luz y la otra mitad de sombras-. Noche tras noche, las chicas se reunían. Y pecaban. ¿Sabéis en qué consistía ese pecado? ¿No? ¿Pippa? ¿Ann?
-Felicity. -Pippa parece preocupada-. Volvamos a la escuela a tomarnos una buena taza de té. Aquí hace demasiado frío.
La voz de Felicity se eleva y llena el espacio como el tañido de una campana.
-Su pecado consistía en que creían. Creían que podían ser diferentes. Especiales. Creían que podían cambiar lo que eran: chicas heridas, a quienes nadie quería. Marginadas. Estarían vivas, las adorarían, las necesitarían. Serían necesarias. Pero se equivocaban. Esto es un cuento de fantasmas, ¿os acordáis? Una tragedia.
Estalla otro relámpago, uno fuerte, cuya luz me permite ver que el rostro de Felicity está bañado en lágrimas y que le gotea la nariz.
-Fueron por mal camino. Las traicionaron sus propias esperanzas estúpidas. Las cosas no podían cambiar para ellas, porque en realidad no tenían nada de especial. Así que la vida las arrastró, las condujo, y ellas se dejaron llevar, ¿entendéis? Se fueron apagando hasta quedar reducidas a fantasmas vivientes, persiguiéndose entre sí. -La voz de Felicity es casi inaudible-. Y ya está. ¿Verdad que es el cuento más terrorífico que habéis oído?
La lluvia repiquetea implacablemente, mezclándose con el sonido ahogado de los sollozos de Felicity. Ann ha dejado de torturarse las manos. Ahora mira a través de la llama las paredes de la cueva, que muestran su historia, sin prometer nada. Pippa da vueltas a su anillo de compromiso con tal violencia que temo llegue a romperse el dedo.
Tal vez sea la lluvia constante lo que me vuelve loca. Tal vez sea pensar en la hermosa Pippa, casada con un hombre a quien no quiere, que no la quiere a ella, que sólo quiere comprarla. Tal vez sea imaginar a Ann sacrificando su voz por trabajar para aristócratas pomposos y sus insufribles hijos. O ver a Felicity intentando contener las lágrimas. Tal vez sea porque cada palabra que ha dicho es verdad.
Sea cual sea la razón, estoy buscando una escapatoria, estoy pensando en traer la magia de los reinos. Pensando en esas madres de hoy, con sus recargados vestidos y sus vidas vacías. Y estoy pensando en las palabras de mi madre advirtiéndome que aún no estoy lista para usar todos mis poderes.
-Ah, pero sí lo estoy, madre. Te lo aseguro.
Fuera se oyen más truenos, como una advertencia, como una oración. Alrededor, en la penumbra, están los símbolos tallados en la roca con el sudor y la sangre de mujeres que han vivido antes que nosotras. Me incitan susurrándome una sola palabra: «Cree».
Veo el resplandor del anillo no deseado de Pippa. Oigo el resuello de Ann. Siento la desesperación que presenta al silencio de su deseo sin formular.
«Tiene que haber algo mejor que esto.»
Mi voz se eleva hacia el techo invisible de la cueva como un ave que alza el vuelo.
-Hay una manera de cambiar las cosas...
Miedo.
¿Qué te da miedo?
¿Qué te pone la carne de gallina, te hace sudar las palmas de las manos, te corta el aliento y retiene el aire en tu pecho como una fiera enjaulada?
¿Es la oscuridad? ¿El recuerdo fugaz de un cuento infantil, de fantasmas, duendes y brujas ocultos en las sombras? ¿Es la manera de levantarse el viento justo antes de una tormenta, ese indicio de humedad en el aire que te empuja a volver corriendo a casa para refugiarte al amor de la lumbre?
¿O es algo más profundo, algo que causa más miedo, un monstruo en lo más hondo de tu ser que solamente has vislumbrado en parte, todo aquello que no conoces de tu alma donde los secretos se acumulan y adquieren un poder terrible, la oscuridad interior?
Si escuchas, te contaré una historia: una cuyos fantasmas no puedes ahuyentar con solo sentarte al calor de un fuego vivo. Te contaré la historia de cómo nos encontramos en un mundo donde se forjan los sueños, se elige el destino y la magia es tan real como las señales que dejas con las manos en la nieve. Te contaré cómo abrimos la caja de Pandora de nosotros mismos, catamos la libertad, nos manchamos el alma con sangre y con la posibilidad de elegir, y desatamos el horror en el mundo que destruyó nuestra querida Orden. Estas páginas son una confesión de todo lo que ha conducido a este amanecer frío y gris. Lo que sucederá a partir de ahora ya no lo sé.
¿Se te ha acelerado el corazón?
¿El horizonte parece nublarse?
¿Sientes que se te tensa la piel del cuello en espera de un beso que temes y a la vez necesitas?
¿Tendrás miedo?
¿Sabrás la verdad?
Mary Dowd, 7 de abril de 1871
lunes, 28 de abril de 2014
Y serás canción.
Llora una guitarra, sola en un rincón, le faltan tus dedos, tu calor. Un arpegio jura que tu alma echó a volar, en la eternidad te espera.
Y serás canción, acordes, guitarras y luz. Y serás canción y un verso hablará de ti. Y serás canción y tu alma hoy será mi voz.
sábado, 26 de abril de 2014
-
El vacío que sientes al acabar un libro parecido a lo que sientes cuando encienden las luces en el cine.
miércoles, 23 de abril de 2014
Lluvia.
Podría escribir un libro entero sobre la lluvia. Sobre su repicoteo en mi ventana, sobre el rocío que deja en la mañana. Sobre como limpia el ambiente, sobre el amor que le brindamos unos, y el odio con el que le colman otros. Sobre lo bonita que vuelve la soledad, sobre la nostalgia que acompaña cada gota. Podría envidiar su libertad pero despreciar su corazón roto. Podría hablar de su olor, de su frío tacto sobre la piel, de la forma que tiene de cargar los besos de sentimiento. Puedo recomendaros la manía de salir a la calle siempre sin paraguas, de mojarse más en invierno que en verano. Podría hablaros de cuando llora el cielo. De los paseos con el orballo como única compañía. De como llena mi corazón los domigos. Del gélido viento que trae consigo. De los charcos que nos proporcionan unos segundos más de infancia cada vez que chapoteamos en ellos, hubo un tiempo en el que pensé que si lograba enturbiarlos todos el cielo me devolvería mi inocencia.
Envidio a la lluvia, porque va y viene cuando quiere, porque no le importa salir cuando llueve, porque está siempre mojada. La envidio porque ella es capaz de conocerte mejor que yo, de calarte el alma, de helarte el corazón y mezclarse con tus lágrimas.
La lluvia. La hermosa forma que tienen de llorar el sol y la luna por su amor imposible.
domingo, 20 de abril de 2014
¿Que si me baso en mi vida para escribir? No siempre. A veces está bien meterte en la piel de otro, aunque ese otro no exista. Experimentar sensaciones plasmándolas en un espacio en blanco, sea hoja o pantalla. No es necesario vivir algo en primera persona para sentirlo, la empatía es una buena vía para desahogarse. Sí, desahogarse de cosas que tú mismo provocas a propósito. Suena estúpido, ¿verdad? Para mí quejarse, gritar, llorar, reír o alegrarse son necesidades, y si no lo siento me lo invento. Sí, necesidad de sentir lo que no sientes. Llegados a esta conclusión podemos preguntarnos, ¿el amor existe o es otra invención de nuestra mente?