viernes, 26 de diciembre de 2014

Estoy aprendiendo a valorar sus silencios.

La entiendo porque no es fácil de entender.
Toda ella es una sinestesia.

Me gusta porque tiene recursos
para todos los públicos,
porque sabe hacer las pieles de quita y pon
y robarte la tuya durante un rato
si se le antoja.
Toda ella es una paradoja.

La quiero porque es compleja
como ella sola
y como solo yo.
Porque sabe decirme que mire la luna
y al hacerlo
enamorar a mi alma de sus estrellas.
Y que bonita estaba la luna.

Aunque para bonita,
lo adivináis,
también ella.
Voy a dejar que pasen los años,
a su vera,
y a ver a dónde me lleva.
Porque años es una palabra que suena a viejo,
a hecho polvo;
pero en su boca suena a silencio,
el sonido más caótico que existe.

Y que bonita estaba la luna.
Y como me acomodo en el silencio
cuando lo imponen sus ojos.
Porque habla con la mirada
y sus miradas son mudas, como todas,
pero aunque suenen a la nada
te dictan el todo.

Por eso no la comprendéis
los que solo decís palabras.
Y yo tampoco merezco entenderla,
probablemente no lo haga,
pero solo cuando ella me entiende
llego a entenderme por completo.

Por eso no os la aprendéis
los que no veis la magia también
como un filtro fotográfico,
los que no habláis de recuerdos
en presente.

Y que bonita estaba la luna.
Y yo quería ser viento
para acunar al vacío
y que viera lo libres que podíamos sentirnos
aún entre esas rejas
que compartíamos.

La quiero
porque sé que se vendría conmigo
a acariciar gatos negros,
que es el rompecabezas
con más piezas
que venden
ya que las personalidades son infinitas.

De su tristeza nace ella misma
cada madrugada,
y de nuestras charlas nazco yo
y de nuestros silencios nazco yo
o la parte de mí que no es ella.
Todas nosotras somos una paranoia.

Y que bonita estaba la luna.
Y mi desgracia de la mano con la tuya
coronando el resto de sensaciones,
llorando todas las páginas en blanco
de las que hicieron canciones.

Gracias por ser las palabras en el margen.
Gracias por ser el roto de mi descosido.
Por favor, humanidad,
decir que te ruego es poco
si te pido que la dejes provocarse
sus propios destrozos
y no la mezcles con los del resto de la sociedad.

Déjala vivir en su rincón,
o en su borde siendo esquina.
Se muestre persona, elemento o sentimiento
va a vivir siempre atada
a la razón que lleva su sin razón.

Lo más demente es que la miro a ella
y reflejada me veo yo.
Por eso no la entendéis
los que solo tenéis
un corazón.
Yo debo tener un circuito
por todos los cables que se me cruzan.

No creo ni que entiendas este escrito,
al faltarme tú
he perdido el hilo
de lo que soy.

Pero sé que sabes
sacarle las cosquillas a cualquier cosa
y encontrar la idea que merezca la pena
de este sin sentido.

Y que bonita estaba la luna.
Catastrófica.
Anunciando desgracias
de las que a mí me gustan.
Y que bonita la luna aquel día.

Ha dejado el grupo.

había abierto los ojos sobre demasiadas chorradas, tipo las tablas de los verbos irregulares los cuadros sinópticos y la democracia del culo del consejo escolar y el conformismo y la falacia de los profes, la manera sibilina que tenían de estimular de boquilla la independencia de opinión de los jóvenes y la rabia sutil con la que castigaban la más mínima señal de autonomía los muy cabrones.

domingo, 21 de diciembre de 2014

83.

-¿Qué pinta tiene? -insistió Adamsberg.
-Relativamente guapo -admitió Danglard a regañadientes.
-Mala suerte.
-No. Camille no me preocupa tanto, es Retancourt.
-¿Sensible?
-Eso dicen.
-¿Cómo de relativamente guapo?
-Bien plantado, tipo árbol, sonrisa ladeada y mirada melancólica.
-Mala suerte -repitió Adamsberg.
-No podemos matar a todos los hombres de la tierra, ¿no?
-Podríamos matar al menos a los hombres con mirada melancólica.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Cuatro patas para un sueño.

-Sería gracioso que a esta y a mí nos obligaran a casarnos con vosotros -dijo Corina, prorrumpiendo en una risita tan aguda que perforaba los tímpanos.
-Graciosísimo -dijo secamente Rafael, sin prorrumpir en nada.
-Para evitar complicaciones -esclarecí yo la oscura cuestión con una de mis ideas luminosas-, podemos decir que somos vuestras esposas.
Aunque en el interior del coche apenas había luz, los dos hombres nos miraron de un modo que me avergonzó. Fue una mirada muda, como todas las miradas, pero que decía muchas cosas. Entre ellas, las siguientes:
«¿De verdad crees, insensata, que podríais pasar por nuestras esposas legítimas?
»¿Es que no os habéis fijado en la pinta que tenéis?
»Con vuestros pelos teñidos y vuestras caritas, graciosas pero descaradas, apestáis desde muy lejos a aventurillas pasajeras. Vuestros vestidos son caros, pero les falta esa especia llamada distinción que condimenta la ropa de las chicas bien. Vuestros zapatos son buenos, pero sus tacones son exageradamente altos. Vuestro maquillaje es de las mejores marcas, pero os lo aplicáis en dosis excesivas.
»Además estáis siempre contentas, con una alegría demasiado ruidosa e impropia de una mujer casada. Porque el matrimonio es una cosa demasiado seria, que no permite estarse riendo a cada momento.
»Basta por lo tanto el más superficial de los vistazos para darse cuenta de que no sois nuestras esposas.
»Ni nosotros mismos nos atreveríamos a sostenerlo, porque nos daría vergüenza. Vergüenza de que pudieran pensar que unos hombres tan importantes como nosotros nos habíamos casado con unas mujercillas (que suena mejor que mujerzuelas, pero quiere decir lo mismo).
»Porque nosotros somos lo que la gente llama unos «vivalavirgen», pero a la hora del matrimonio también decimos: ¡Viva la virgen!
»Y elegimos una mujer absolutamente virginal.
»A nosotros no nos importa exhibirnos con chicas de vuestra clase, e incluso nos gusta presumir de nuestras conquistas. Pero procuramos que se sepa siempre lo que en realidad sois, y que nadie pueda confundiros con nuestras novias formales, ni con nuestras esposas auténticas. Porque algún día nos casaremos: y cuando lo hagamos será con mujeres recatadas y discretas, distinguidas y elegantes, dignas en una palabra de nuestra categoría social.»

martes, 9 de diciembre de 2014

Verso en prosa.

Me traes más problemas que soluciones,
y eso que solucionas mis problemas solo
con rozarme.
Será que nos rozamos demasiado poco
o que tenemos demasiado roces.

¿En qué momento complicamos tanto esto? Nuestra historia la escriben los vencidos. Vencidos por un amor que aún no había aprendido a amar, vencidos por dos corazones no lo suficiente engrandecidos para abarcar la distancia que los separaba. Vencidos sobre todo por el aquí y el ahora, que no supimos convertir en nuestros y guardárnoslos para los instantes efímeros en los que estuviéramos a solas. Donde nuestro amor sea anacrónico, cuando al fin cuente nuestras crónicas. Donde nuestra historia no es historia, cuando la libertad no nos haga presas del destino y convierta cada posibilidad en una cadena. Búscame en ese aquí y ese ahora.
Es la jaula de la libertad, dulce condena, la que no nos deja ser libres.

Prosa en verso.

La diferencia es que
aunque tú digas que me quieres
y yo diga que no es amor,
yo estoy dispuesta a intentarlo.
Por encima de los kilómetros,
de las malas lenguas,
de los horarios en los que
no hay ni un minuto reservado para ambos,
del futuro que
amenaza con llevarnos por caminos distintos
e incluso de mis conflictos internos.
Y a ti,
solo te veo dispuesto a poner excusas.